Nuevo desorden mundial
a conquista de territorios ajenos está de moda en estos momentos, producto de nuevas relaciones de poder entre las grandes potencias.
Tres conflictos destacan: el de Rusia, que lucha por territorios que formaron parte de la Unión Soviética, como es el caso de Ucrania. El de Israel, que quiere conformar el Gran Israel, de acuerdo con un sueño bíblico que incluye Gaza y Líbano y partes de Siria, Jordania, Egipto, Arabia Saudita e Irak. El de Estados Unidos, que pretende anexar Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá, además de controlar gobiernos de países aliados, como los europeos y latinoamericanos.
Hay un cuarto conflicto más velado, se trata de la expansión de China, con el control de Taiwán, como ya lo hizo con Hong Kong y Macao; y, en el mediano plazo, pretende integrar a Mongolia, Nepal, diversas islas deshabitadas del mar de China y regiones del Tíbet que son independientes o están en manos de naciones vecinas.
Las fronteras nunca son estables. México, por ejemplo, perdió más de la mitad de su territorio frente a lo que hoy es Estados Unidos a mediados del siglo XIX, no tanto por traiciones de los políticos en turno, sino por su debilidad frente a una potencia en crecimiento.
En el caso de Europa las fronteras se han reconformado varias veces durante poco más de un siglo: en las dos guerras mundiales y, posteriormente, con la reunificación de Alemania y con la desaparición de la Unión Soviética surgieron nuevos países independientes. En estos procesos quienes más padecen las consecuencias son las naciones débiles. En el caso de Europa –Serbia, Letonia, Lituania, Estonia, Polonia, Ucrania– y las africanas conquistadas por las potencias europeas cambian de dominio con facilidad sin poder defenderse adecuadamente.
La recomposición actual tiene un objetivo geopolítico y económico. En el caso de Groenlandia, por ejemplo, se quiere aprovechar el territorio para extraer minerales e hidrocarburos; y, en el mediano plazo, explorar el desarrollo de vías fluviales en el Ártico. Además, esta isla la quieren controlar tres potencias: Estados Unidos, Rusia y China por motivos de seguridad.
El destino de la humanidad es la guerra más que la paz, con una transformación continua de las fronteras para afianzar el poder de los imperios.