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Zelensky: subordinado en desgracia
E

l presidente ucranio, Volodymir Zelensky, acusó a su homólogo estadunidense, Donald Trump, de estar atrapado en una telaraña de desinformación rusa por impulsar pláticas directas entre la Casa Blanca y el Kremlin con vistas a terminar la guerra en Europa oriental. El magnate emitió una respuesta visceral en la que calificó a su par de dictador sin elecciones y cuestionó el sinsentido de que un comediante modestamente exitoso haya persuadido a Estados Unidos a gastar 350 mil millones de dólares en una guerra que no podía ser ganada, nunca debió iniciar y que él no puede terminar sin mí. En la misma publicación en la red social de la cual es propietario, el republicano amenazó a Zelensky con que debe moverse rápido a fin asegurar la paz o no quedará nada de su país.

El violento mensaje de Trump constituye una transgresión de todas las convenciones diplomáticas y una grosería que Occidente suele reservar para los dirigentes que se oponen a sus intereses políticos y económicos. Asimismo, las recriminaciones de déficit democrático (sean ciertas o no) resultan grotescas cuando las enuncia la misma persona que azuzó a sus seguidores para asaltar la sede del Poder Legislativo y pidió a un correligionario encontrarle los votos necesarios para voltear una elección.

Sin embargo, las maneras de Trump son la única novedad en este giro de los acontecimientos que ha llevado a Zelensky de ser el dirigente foráneo más aplaudido en sus visitas a Estados Unidos a convertirse casi en persona non grata en la Oficina Oval. Más preocupante para Zelensky es el antecedente de que el uso de este tono contra gobernantes extranjeros por parte de los mandatarios estadunidenses precede o acompaña intentos de derrocamiento, sean fallidos –como los muchos perpetrados en Cuba y Venezuela– o exitosos, como los que pusieron fin a los gobiernos y las vidas de Muamar Gadafi y Saddam Hussein.

Washington tiene un largo historial de abandonar e incluso perseguir a quienes le sirvieron en el pasado, y el mandatario ucranio debió ser consciente de ello antes de prestarse al peligroso juego de provocar a su poderoso vecino hasta precipitar la invasión que en unos días cumplirá tres años. Porque, pese a la propaganda occidental vertida a raudales con el propósito de enterrar la información, el hecho sigue siendo que Zelensky y sus asesores traspasaron deliberadamente cada línea roja trazada por Moscú en sus denuncias de los coqueteos de Kiev con la Organización del Tratado del Atlántico Norte como una amenaza existencial, afirmación que ha sido corroborada por la facilidad con que drones, misiles y otros artefactos lanzados desde territorio ucranio alcanzan la capital rusa y sus instalaciones estratégicas.

El aparente final de la aventura bélica estadunidense en Ucrania deja tras de sí la lección de que nunca deben subordinarse los intereses nacionales a Washington, sin importar cuán atractivas sean sus ofertas para las oligarquías locales. Esta moraleja, que pudo y debió aprenderse mirando al pasado, ya costó al país eslavo cientos de miles de muertos y heridos, la pérdida de millones de habitantes que huyeron para no volver, una quinta parte de su territorio, así como un crecimiento exponencial de la corrupción y un empobrecimiento de las mayorías, fenomenos estos últimos que permanecen soterrados bajo el ruido de la guerra, pero que aflorarán en cuanto los ciudadanos intenten retomar la normalidad.

Para Bruselas y Londres, sin representar el desastre humano que padece Kiev, la traición de Trump sí es una humillación política y un fracaso diplomático pocas veces visto que vuelve a colocarlos en el dilema de romper con la potencia a la que han visto como un hermano mayor durante el último siglo, o tirar por la borda el dinero y la tinta invertidos en escalar una confrontación con Moscú que bien pudo haberse resuelto en una mesa de negociaciones.