Opinión
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El genocidio anunciado
E

l presidente Donald Trump ofreció una conferencia de prensa conjunta con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en la que fue más explícito que nunca en torno a sus planes de llevar adelante una limpieza étnica completa de la franja de Gaza. Para el magnate, la solución a décadas y décadas de muerte perpetrada por Israel es confinar a los 2 millones 400 mil gazatíes en pedazos de tierra repartidos entre Egipto y Jordania, convertir su territorio ancestral en propiedad de Estados Unidos y convertirla en la Riviera de Medio Oriente, un desarrollo económico que proporcionará un número ilimitado de empleos y viviendas para la gente de la zona. Dado que en su plan los palestinos estarán a cientos de kilómetros de distancia, por gente de la zona pareció referirse a los colonos sionistas que desde 1948 pugnan por la desaparición de Palestina.

Preguntado por un periodista acerca de si llevará a cabo un desplazamiento forzoso, repitió la mentira de que a los palestinos les encantaría irse, un bulo desmentido por los miles de personas que retornaron a los solares donde estuvieron sus hogares antes de ser arrasados por las bombas y los tanques israelíes tan pronto se acordó un alto al fuego. No omitió una exhibición de insensibilidad al decir que Gaza es un gran montón de escombros en este momento e interpelar a su interlocutor con un ¿has visto las fotos?, como si tal devastación hubiese sido causada por un terremoto y no por el hombre que tenía a su lado.

Netanyahu correspondió al espaldarazo al genocidio que encabeza reiterando que Trump es el mejor amigo que Israel ha tenido en la Casa Blanca y agradeciéndole la entrega de bombas de 900 kilogramos bloqueada por el ex presidente Joe Biden en uno de sus escasos actos de contención de la barbarie israelí. Estos artefactos dejan cráteres de más de 12 metros de diámetro, pueden matar o herir a personas ubicadas a más de 300 metros de distancia, y son consideradas las principales responsables de la masacre de mujeres, niños y ancianos en el territorio palestino densamente poblado.

En este sentido, cabe recordar que su compromiso con el sionismo es uno de los pocos ámbitos en los que los amagos del magnate no constituyen simples alardes propagandísticos ni estrategias de presión, sino que se traducen en hechos incluso más nocivos que las palabras. En su primera administración, Trump usó todo su poder para destruir cualquier perspectiva de paz basada en el derecho internacional, el diálogo y la justicia al mover la embajada de Washington de Tel Aviv a Jerusalén, auspiciar el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y países musulmanes gobernados por autocracias, cerrar la sede de la Organización para la Liberación de Palestina en la capital estadunidense, así como apoyando el robo de tierras palestinas en Cisjordania.

En su primera batería de medidas al volver a la Casa Blanca, revocó sanciones a colonos terroristas y organizaciones sionistas en la Cisjordania ocupada, y ahora ha descorrido cualquier disimulo que pudiera quedar en lo que siempre ha sido la intención de Israel: el fin del pueblo palestino como entidad cultural y política, acompañado con el exterminio físico de quienes se resisten a abandonar su identidad y sus territorios.

De manera escalofriante, los preparativos para la limpieza étnica no se encuentran en documentos confidenciales o en conspiraciones sigilosas, sino que se anuncian al mundo en conferencias de prensa como si se tratase de la inauguración de un puente o la develación de un monumento. Nunca un crimen de Estado se había publicitado tan abiertamente, por lo que la comunidad internacional no podrá alegar ignorancia si en pleno siglo XXI se perpetran y transmiten en tiempo real atrocidades que la humanidad creía confinadas a la centuria anterior.