e la corrida de aniversario que se había suspendido por la lluvia, se repitió la noche de ayer. La corrida empezó con un homenaje al joven Murrieta como lo bautizó Jacobo Zabludovsky. Heriberto hizo una carrera brillante en la Plaza México. Hubo noches en la que entrevistó como su maestro Jacobo a María Félix, de la cual todavía se habla en conversaciones. Posteriormente Heriberto dio la vuelta al ruedo con el cariño de la gente que lo aplaudió apoteóticamente. Aprovechó para mandarle un saludo a su madre y su hermano…
Los toros de La Estancia resultaron mansos y mensos, y de difícil trapío y de difícil embestida, le saco más o menos el joven rejoneador Guillermo Hermoso de Mendoza cortó oreja, su padre andaba detrás de los burladeros señalándole lo que tenía que hacer.
Isaac Fonseca que tuvo tardes triunfales en España.
El toreo como la muerte, y el amor como la magia son cercanía con lo misterioso, lo fantástico, lo inesperado; con lo que se quiere y no se tiene; opuestos a lo mecánico, lo repetitivo, lo robotizado. Son desconocimiento y miedo, pero también atracción por el peligro, búsqueda de lo no encontrable, depósito de lo interno en el toro y la pareja. Angustia que parte de una participación y sensación corporal a la que se siente uno impedido a asistir, en la apoteosis de lo instintivo, de lo jondo dentro de la sangre. ¡Ay, carne!, silencio que arde y abre, y que es, por tanto, creatividad. La poesía taurina, como ninguna; es búsqueda de la muerte, y por ello trágica; como lo son todos los amores, que en el fondo nunca pueden ser correspondidos. Al toro como a las mujeres, hay que dejarlas, esperarlas, sentirlas y morirse. Porque el amor y el toreo, vueltos poesía, son desdoblamientos en el otro, rasguidos y contactos momentáneos, ritmo y melodía sin pensamiento, desgarrón sicológico, sombra; oscuridad maldita, temida, ignorada, que se busca, se crea y recrea sin encontrarse, pese a efímeras armonías que se idealizan y son arte que recrea lo mismo Octavio, Alameda, Alberti que Federico. Va encadenado el temblor/ de un ritmo que nunca llega/ tiene el corazón de plata/ y un puñal en la diestra/ ¡A dónde vas seguidilla con un ritmo sin cabeza!
Duende torero, inspirado, que es rasgueo interior expresado en todo el cuerpo para trasmitirse al otro, que es uno mismo. Como variedad de sentimientos que son gozo imprevisto, inexplicable, que despierta el sentimiento y la pasión y que ha muerto en las plazas de toros, pero que se ha vuelto búsqueda en las corridas y jaripeos de los pueblos indígenas. Un toro negro, renegrío, de tronío, símbolo, en su altivez, del mal y lo demoniaco, del astifino cornalón sin fin, que llega, desgarra y abre al duende torero que busca y burla a la muerte, y que al vivir por dentro, por dentro se va matando.