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Los cruces irregulares no acabarán, sólo serán más caros y peligrosos

Lo intentamos con documentos y nos cerraron la puerta, lamenta un venezolano que perdió su cita con CBP One

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▲ Al poniente de Ciudad Juárez se preparando el montaje de más malla de púas para frenar a migrantes.Foto Marco Peláez
Enviado y corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 23 de enero de 2025, p. 4

Ciudad Juárez, Chih., A lo largo de la franja fronteriza –30 kilómetros al oeste del centro de esta ciudad– se alza parte del muro entre México y Estados Unidos. Se prometió que sería una valla infranqueable y que pondría punto final al ingreso irregular de personas al territorio del país vecino. Fue una gran farsa. Hoy, la cruda realidad exhibe las mentiras de todos esos políticos, pues en esa poderosa cerca de metal lo que más sobresale son cientos de huecos –perfectos cuadrados– que fueron hechos por desconocidos para cruzar de un país a otro. Son orificios por los que fácilmente cabe cualquier individuo, sin importar su complexión.

Durante un recorrido realizado por La Jornada en la carretera Anapra-San Jerónimo se constató que esas oquedades han sido parchadas con alambre; al mismo tiempo que se observa mayor presencia de vehículos y efectivos de la Patrulla Fronteriza, sin contar con los sobrevuelos de helicópteros, a la caza de cualquiera que cruce irregularmente.

La nueva línea política antinmigrante de la Casa Blanca ha ordenado un mayor despliegue de sus fuerzas policiales y militares a lo largo de su frontera sur.

Del lado mexicano, un gigantesco grafiti carcomido por el sol y el tiempo, se erige sobre el muro a manera de reto: “No somos delincuentes ni ilegales, somos trabajadores internacionales… Fuck Donald Trump”.

Desafiar al desierto

El desierto entre Chihuahua y Texas –a unos kilómetros está Nuevo México– es una de las áreas preferidas para el tráfico de personas y drogas hacia Estados Unidos y de armas a México. A la vista no se observan poblados cercanos y la circulación de automóviles es ocasional.

Este punto fronterizo, camino hacia el puente internacional San Jerónimo-Santa Teresa, era hace meses poco concurrido por los efectivos estadunidenses, de acuerdo con testimonios de gente que conoce la región. Pero hoy, del lado estadunidense, es visible el operativo que responde a la declaratoria de emergencia decretada por Donald Trump.

Cuando en el borde mexicano algún automóvil hace un alto sobre la carretera y sus tripulantes descienden –ya sea por curiosidad u otra razón–, en minutos, vehículos de la Patrulla Fronteriza se posan enfrente, del otro lado del muro, mientras un helicóptero sobrevuela a baja altura.

En otros puntos de la frontera entre Juárez y El Paso, como en las proximidades de la colonia Altavista –al poniente de la urbe mexicana–, se realizan trabajos atravesando el río Bravo, donde operadores de camiones de volteo y poderosas grúas remueven tierra y piedras preparando el montaje de más malla de púas.

La pompa de todas las maniobras de la administración de Trump no minan el ímpetu de las personas migrantes. No hay marcha atrás. Sea por la vía regular o no, están decididos a pasar. En esto han empeñado los esfuerzos de los últimos meses, incluso años.

Un venezolano que tenía cita mediante la aplicación CBP One para solicitar asilo –cancelada a partir de la llegada del magnate– sintetiza el sentir de millones: “no es fácil dejar atrás todo: tu país, tu casa, tus pocas pertenencias, tu familia, tu vida. Llegamos hasta aquí y una decisión política no nos va a limitar. Hemos hecho todo lo necesario para que sea por ‘la vía derecha’, pero si no nos dejan otra opción, queda la clandestinidad, riesgos de todos modos hay”.

Una persona que conoce a fondo el negocio del tráfico de migrantes describe a este diario parte del modo de operación de los coyotes.

Actúan en grupo y cada uno tiene una labor específica. Uno se encarga de halconear para dar el aviso de que en la zona elegida para el cruce no hay presencia policiaca o militar en ninguno de los flancos del muro.

Otro se encarga del corte, con una sofisticada herramienta, de la alambrada de púas, que es la primera valla dispuesta en suelo estadunidense; unos más corren junto a los migrantes hasta llegar al muro de al menos cuatro metros de altura, antes cruzan el río.

Llevan una especie de castillo para construcción, delgado y largo, con un gancho en una de las puntas, que montan sobre la cerca fronteriza.

Es una especie de escalera, los migrantes trepan y una vez arriba, algunos se lanzan y otros se deslizan por las rejas. Muchos se rompen la pata al caer; los que lo logran, corren, deben andar por varios minutos hasta que llegan a una carretera donde los recogen vehículos que tienen contacto (complicidad) con los coyotes. El negocio no se va acabar, sólo será más caro por Trump, comenta.

Gerardo, originario de Guerrero, fue uno de los primeros mexicanos deportados en la segunda era Trump.

Junto con un grupo de 40 personas, intentó ingresar de manera irregular a territorio estadunidense, por Nuevo México, la noche del sábado pasado –aún durante la administración de Joe Biden–; sin embargo, la fortuna no estuvo de su lado y algunos fueron interceptados por elementos de la Patrulla Fronteriza. Los deportaron el martes –ya con el republicano en el poder– por el puente fronterizo Paso del Norte, que conecta Ciudad Juárez con El Paso.

En entrevista telefónica cuenta que decidió ir a Janos, un pueblo a 220 kilómetros de Juárez, para trabajar en la pizca de chile.

No fue su primera deportación. Vivió ocho años en Estados Unidos y enviaba recursos a su familia. La mala fortuna llegó el 24 de diciembre pasado: mientras viajaba con su vehículo por Phoenix, una llanta se le ponchó. Iba con otros dos paisanos.

Un policía del condado les ofreció apoyo, pero un segundo uniformado racista les exigió sus documentos y, al no presentarlos, dio aviso a la autoridad migratoria. Se les detuvo y tras varios días de encierro e incomunicación, se les envió vía aérea a la Ciudad de México.