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Rescate de película
C

omisionó Donald Trump a tres esbirros de la decadencia fílmica para que sirvan como sus ojos y oídos en Hollywood, con el objetivo de revitalizar la industria ideológica disfrazada de entretenimiento. Designó a tres paradigmas de la mediocridad: Jon Voight, Mel Gibson y Sylvester Stallone que fungirán como enviados especiales para recuperar el dominio imperial de los monopolios cinematográficos. Habrá muchas películas de guerra ideológica. Además de metabolizar nazifascismos, la desesperación burguesa se vuelve fábrica de autoproclamaciones pretenciosas, embriagadas con su propio relato heroico. Se beben el espejo de su petulancia en una borrachera ególatra insufrible. Promete revitalizar la industria de la anestesia y restaurarle sus antiguas glorias. ¿Cuáles? La política es la división de entretenimiento del complejo militar-industrial, dijo Frank Zappa

En el alma de su batalla cultural globalizada, las ultraderechas insisten en convencernos con la cantaleta de que ellos pueden reasumir el liderazgo, que volverán a la edad de oro de Hollywood. Sus tres mosqueteros van a defender los valores tradicionales para apoyar a Trump. Irán a recuperar el contacto con sus raíces, defenderán la libertad de mercado fílmico y la rentabilidad de Hollywood que han sido objeto de crisis recientemente. Quiere Trump que el mundo entienda mejor el poder de guerra cultural de Hollywood y sus empresarios lo utilicen para presentar una imagen favorable del imperio. Resucitar, quizá, los primeros días de Hollywood bajo el Código Hays, y sus viejas pautas infestadas de moralina burguesa. Trump aún no transparenta qué es eso de revitalizar a Hollywood, pero deja ver que, en el corazón de la crisis sistémica del capitalismo, identifica debilidades comunicacionales que le dan miedo y por eso se pone facho.

Según datos de ProdPro (todonews.com), la producción cinematográfica en EU disminuyó 26 por ciento desde 2021 y en Los Ángeles las producciones cayeron 5.6 por ciento respecto de 2023, en su nivel más bajo desde 2020. Gibson, Voight y Stallone tendrán que vérselas con ese detalle del heroísmo supremacista. Su industria cinematográfica enfrenta una competencia creciente. En octubre pasado, el gobernador de California, Gavin Newsom, propuso ampliar el programa de créditos fiscales para cine y televisión del estado a 750 millones de dólares anuales, frente a los 330 millones anteriores, con el fin de mantener pantallas competitivas.

A lo largo de su historia, Hollywood ha sido también un muladar fértil para los gánsters de la corrupción económica y política más espectaculares. Durante los años pioneros de Hollywood, las productoras monopólicas como Warner, Paramount, MGM y Universal consolidaron un oligopolio que controlaba toda la cadena de producción, distribución y exhibición. Concentró el poder en manos de unos pocos que explotaban a los actores y guionistas con contratos abusivos. Criminales de los años 20, como Mickey Cohen y Bugsy Siegel se involucraron en el negocio del cine y usaron los estudios como escenografía para negocios turbios. Monopolios como Disney, Warner y Universal fueron fusionando conglomerados como Time Warner, Comcast y Viacom, que reforzaron el modelo corporativo global. Hollywood, así, se transformó en una herramienta de propaganda cultural con valores serviles a los intereses del capitalismo global. Y si todo eso fuese poca monstruosidad, las plataformas de streaming, como Netflix, Amazon y Disney+ han monopolizado la ofensiva de contenidos y modos de consumo audiovisual con algoritmos metidos hasta la recámara. Y pagamos por eso.

Trump y sus protegidos no están contentos con los ingresos recientes de sus negocios, el patrimonio neto de los monopolios y las fortunas en taquilla (2023) ascendieron a aproximadamente 33 mil 200 millones de dólares, lo que representa un incremento de 29.4 por ciento respecto del año anterior. Esta cifra aún está por debajo de las ganancias prepandémicas, que sumaban 41 mil millones de dólares en 2019. Producir, distribuir y exhibir películas generó cerca de 92 mil 500 millones de dólares con, más o menos, un tercio proveniente de la venta de entradas. Walt Disney Studios, reportó ingresos totales de 65 mil 388 millones de dólares en 2020. Y se les hace poco.

Desde su surgimiento, Hollywood ha sido uno de los pilares para la creación, difusión y legitimación de la ideología dominante. Ha contribuido a perpetuar desigualdades, estereotipos y narrativas de opresión e imposición con una visión hegemónica y cruel del mundo. Hollywood promueve una visión etnocéntrica basada en los valores burgueses estadunidenses. Sálvense las excepciones. Glorifica al capitalismo, el individualismo y la supremacía racial-militar estadunidense, presentándolos como modelos universales de progreso y desarrollo. Han perpetuado representaciones degradantes contra culturas que no son suyas, refuerzan prejuicios raciales y culturales que perpetúan la discriminación, la xenofobia y el colonialismo cultural. Y el odio de clase.

Promueve de la violencia rentable y la militarización como recurso legítimo de resolución de conflictos, reduce a las mujeres a objetos sexuales, subordinando sus papeles al interés masculino, la misoginia y las desigualdades de género. Usa a la infancia como carnada mercantilista. Hollywood promueve un estilo de vida basado en el consumo desenfrenado como sinónimo de felicidad para fomentar expectativas irreales y un profundo efecto permanente de insatisfacción y desorganización social. Hollywood ataca con su ofensiva de homogeneización cultural para aniquilar narrativas locales. A sus taquillas les urge la uniformidad de gustos para ensanchar ganancias.

Odian las diversidades. Hollywood contraviene el principio de igualdad y dignidad de todos los pueblos. Nos urgen políticas de emancipación semiótica que revolucionen los modos, los medios y las relaciones de producción fílmica y contrarrestar la batalla cultural planificada por Trump usando a Hollywood también. Necesitamos una semiótica y una ética emancipadoras al servicio de las víctimas de los mensajes ideológicos presentes en la ofensiva de Hollywood que, insistamos, no es sólo un motor de entretenimiento sino, principalmente, un arma ideológica que perpetúa sistemas de opresión y desigualdad a escala global. Al examinar sus delitos culturales desde una perspectiva crítico-semiótica, queda claro que la industria fílmica imperial debe ser desafiada y regulada para garantizar que el cine sea una herramienta de emancipación cultural y no de dominación. Otra película. Ya basta, Donald.

* Doctor en filosofía