l torero requiere del toro de pelaje suave y sombrío, mujer y fiero y la casta asesina, símbolo de la más terrible de la muerte sobre la tierra y el pensamiento demoniaco, el toro símbolo de nuestros pensamientos más destructivos, continuidad de uno mismo determinantes de la sensación de la muerte en el torero. Cómo el cante jondo da la sensación de la puñalada que rasga el vientre, salta en las noches que llora y flota por mucho tiempo buscando cante y rasgue.
Lo contrario a lo sucedido la tarde de ayer en la temporada de aniversario con toros de Pepe Garfias que no querían embestir: se querían ir de la plaza, se acostaban en el redondel para dormir y la corrida fue muy deslucida.
Salvó la tarde el diestro español Borja Jiménez que a base de estar en el asta acabó cargando una oreja y salió triunfador.
El toreo como la muerte y el amor como la magia son cercanía con lo misterioso, lo fantástico, lo inesperado, con lo que se quiere y no se tiene: opuesto a lo mecánico, lo repetitivo, lo robotizado. Desconocimiento y miedo, pero atención por el peligro, búsqueda de lo no encontrado, depósito de lo interno en el toro, angustia que parte de una partición y sensación de misería a la que se siente uno impedido de asistir a la apoteosis de lo instintivo, del fondo de la sangre.