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La conjura de una intervención
E

ntre diciembre de 1941 y junio de 1942, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, se suscitó un episodio de injerencia estadunidense en nuestro país que se conoce poco y está ausente tanto en libros de texto como en diferentes museos, empezando por el Museo Nacional de las Intervenciones, donde mejor correspondería ser recordado.

Aunque esta injerencia no implicó agresiones bélicas directas, fue un proceso en el que la amenaza de intervención de Estados Unidos (EU) en la península de Baja California fue casi consumada y hubo momentos de gran rispidez que estuvieron cerca de descarrilar las cosas. Militares estadunidenses, sin permiso ni aviso, ingresaron con material de guerra al país y no fue fácil expulsarlos. Más adelante, un portaviones con toda su flota se instaló en frente a nuestras costas y su comandante respondió con provocaciones cuando se le ordenó abandonar aguas nacionales.

Gracias al heroico e incansable trabajo del recién nombrado por el presidente Manuel Ávila Camacho comandante del Pacífico, el general Lázaro Cárdenas, y un puñado de patriotas como Heriberto Jara, Francisco J. Mújica y Luis Alamillo, entre otros, México pudo evitar que las fuerzas armadas de EU se aposentaran en la península, so pretexto de proteger al continente americano de un eventual ataque japonés después de la ofensiva a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941.

De esta manera se pudo conjurar que EU instalara una base militar en nuestro territorio. Todo indica que los estadunidenses tenían el ojo puesto en un punto: la Bahía Magdalena, en Baja California Sur, un lugar largamente codiciado de tiempo atrás no sólo por EU sino por Japón y Alemania, dadas sus características naturales, al ser una bahía de gran profundidad y con una defensa natural que le proporcionan las dos islas que tiene enfrente.

Desde tiempos de Porfirio Díaz, la bahía se había convertido en un apetecido bocado. En 1907 México había otorgado dos concesiones al vecino del norte, una para realizar prácticas de tiro y otra para una estación carbonífera que suministraría combustible a la escuadra de ese país en el Pacífico. Como mudos testigos están los cascos de enormes proyectiles empleados en dichas prácticas, así como la foto de un submarino estadunidense que encalló en la zona.

Con base en el libro de Ángel J. Hermida Ruiz Cárdenas, Comandante del Pacífico, se sabe que cuando Estados Unidos entró de lleno a guerra, buscó que soldados suyos entraran y se establecieran en México bajo la consideración de que nuestro país carecía de la tecnología, así como de las capacidades para impedir un posible ataque japonés desde la poco poblada Península. La posición de México fue clara y contundente: la defensa de México corresponde a los mexicanos y lo que se requería es que EU aportara el material, en este caso lo principal eran los radares, así como capacitación y entrenamiento a nuestras tropas, como finalmente sucedió.

Un dato no menor es que el gobierno estadunidense, por lo demás, contaba con altos personajes del Ejército Mexicano que aceptaron y apoyaron los intentos injerencistas y buscaron descarrilar la cuidadosa negociación de Cárdenas con John L. DeWitt, el jefe del Comando de la Defensa Occidental de Estados Unidos.

De modo que la lucha de estos defensores de la soberanía se dio tanto en el frente externo como en el interno y no sin el respaldo popular, según Hermida: mientras se celebró la negociación, gente de todas las clases sociales se mantuvo en alerta y en cierto momento se presentó en la frontera con lo que tenía a la mano, desde pistolas hasta herramientas agrícolas o costales con piedras. Como bien lo dijo el general Jara, después de haberse conjurado aquel peligro: es algo más de lo mucho que debe México a Lázaro Cárdenas. Todavía tuviéramos a los estadunidenses en el país si se les deja.

Existen dos significativas coincidencias entre lo que sucedió entonces y lo que actualmente estamos viviendo en la relación entre los dos países. Como entonces, en Estados Unidos se levantan voces diciendo que México no es capaz de enfrentar a un enemigo común, ahora los cárteles del narcotráfico y que se trata de un asunto que deben enfrentar sus fuerzas armadas.

De igual forma, durante la Segunda Guerra Mundial la prensa jugó un papel estratégico para abonar a la percepción de pánico de un posible embate nipón a la población estadunidense, facilitado desde el territorio mexicano; actualmente, también la prensa corporativa en ambos lados de la frontera se encarga de instalar la versión de que los narcotraficantes mexicanos, y por ende México, son responsables de la epidemia de consumo de drogas en EU.

La segunda coincidencia es consecuencia evidente de la primera: tanto en la década de los años 40 del siglo XX como ahora, EU utiliza como pretexto un problema común, para sostener que México es incapaz de enfrentarlo por sí mismo y justificar por ello la necesidad de su intervención, de diversos modos, en el territorio mexicano.

Hoy como ayer, la amenaza a la soberanía nacional es una realidad que no debe ser tomada a la ligera. Independientemente de la profunda asimetría que hubo y hay entre los dos países, la historia nos demuestra que es precisamente mediante la política, el diálogo y el entendimiento que es posible ejercer una relación de colaboración y no de subordinación con Estados Unidos.

Y actualmente, con el regreso de Donald Trump a la presidencia, cuyo equipo, según algunas fuentes, ha hablado de invasiones suaves a México para ejecutar a miembros de cárteles, todavía más.

Estados Unidos tiene más de 800 bases militares en todo el mundo, incluyendo la recientemente otorgada por el gobierno de Noboa en las Islas Galápagos. En México no hay ninguna.