Opinión
Ver día anteriorDomingo 19 de enero de 2025Ediciones anteriores
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Nuestra base energética: la primera
U

na de las principales preocupaciones de nuestro mundo de hoy es, sin duda, el cambio climático, o como ya diversos estudiosos nominan: el desastre climático. Pues bien, a partir de su caracterización –no exenta de polémica– se delinean las estrategias del balance energético mundial –que no sólo nacional– a impulsar los siguientes 10, 15, 20… 50 años.

Sí, ya se contempla lo que será nuestro mundo climático en 2050, pero también en 2075, incluso más. Y es que no podemos ignorar que todo cambio exige tiempo: cambio de hábitos sociales. Cambio de bases tecnológicas. Cambio de estructuras económicas. Cambio de estructuras de género. Cambio de prácticas y organizaciones políticas de las sociedades. Cambio…cambio… cambio… y se intentan acciones, lineamientos, políticas, estrategias de cambio y parece avanzarse poco. O muy… muy… muy… lentamente.

¿Qué reservas de recursos energéticos tenemos? ¿Qué condiciones de producción? ¿Qué formas de transformar en formas secundarias útiles? Más aún ¿Qué formas útiles de energía requerimos? ¿Y cuáles –para sólo plantear una interrogante más– formas finales de energía requerimos y con qué tecnologías podemos o debemos satisfacerlas? ¿Y en que montos? ¿En qué volúmenes? ¿Y con qué consecuencia, tanto virtuosas como viciosas?

Se trata de las preguntas iniciales que formulo a mis estudiantes del curso Economía política de los energéticos y del desastre climático, que apenas hace un semestre coordino en nuestra Facultad de Economía de la UNAM, con el apoyo invaluable de la doctora Mariana Galicia. Pues bien, sugiero desde el primer día –ya próximo, por cierto– esforzarnos por identificar algunos elementos sustantivos de los que podríamos llamar tendencias de larga duración de nuestra base energética. Las del pasado reciente y las del futuro próximo y no tan próximo.

Lo indico así porque no es suficiente –argumento– sólo preguntarse sobre la composición de nuestras fuentes limpias o, más específicamente, sobre las energías renovables a corto plazo. ¡Al fin y al cabo los fósiles difícilmente se irán en su totalidad y 20 años en este terreno son corto plazo! ¿Cuáles son y seguirán siendo los aspectos virtuosos de nuestra base energética actual? ¿Cuáles son y seguirán siendo sus aspectos viciosos? ¿Cómo alentar unos y mitigar otros? ¿Qué volúmenes de combustibles y electricidad se espera consumir en 2050, en 2075? ¿Para cuántas personas en el mundo, para cuántas familias, para cuántas empresas, para cuántos centros de datos?

Sí, en el mundo entero. ¡Incluso en el año 2100, cuando los hijos de nuestros hijos cumplan cerca de 50 años! ¿Qué volúmenes de emisiones de gases de efecto invernadero se habrán dejado de emitir, precisamente, en esos mismos años? Pero atrás de estas sencillas, aunque complejas preguntas se encuentra –sin lugar a duda– la interrogante más importante de la transición energética: ¿cuál debiera ser la mezcla de combustibles y electricidad adecuada para arribar a una situación ya no sólo de zero carbón neto, sino de emisiones decrecientes? ¿Cuáles las formas de satisfacer nuestras necesidades de iluminación, calentamiento de agua, refrigeración de alimentos, aire acondicionado de hogares y, sobre todo, movimiento de personas y de mercancía?

En consecuencia, con esa desiderata, ¿cuáles deben ser las políticas de largo aliento, de larga duración que debamos impulsar, cuáles los nuevos hábitos sociales que deberemos alentar, propiciar y aceptar?¿ Y cuáles desechar, abandonar y sustituir?

Este es el punto de partida de nuestro nuevo curso académico. Lo consideramos altamente relevante, como consideramos altamente relevantes otros cursos, semanarios e investigaciones en otras escuelas, facultades. centros e institutos de nuestra UNAM, pero también de muchas otras universidades en México y fuera de él. En nuestro caso, sin duda, siempre con el ánimo de que por nuestra raza hable nuestro espíritu. El espíritu de nuestra nación. De veras.

NB. Con profundo reconocimiento al ingeniero César Eduardo Fuentes Estrada por más de 40 años construyendo –con técnicos y profesionistas invaluables– la infraestructura eléctrica de México.