n estos primeros días del año leí el hermoso libro del historiador de arte Georges Didi-Huberman sobre las luciérnagas. En una de sus partes escribe: Nuestra forma de imaginar es una condición fundamental de nuestra forma de hacer política. La imaginación es política. La política no funciona, de un momento a otro, sin nuestra capacidad de imaginar
. Didi-Huberman lo dice en el contexto de las tristes definiciones que el nazismo hizo del término pueblo
y que, 20 años después, retomaron pensadores como Guy Debord y Giorgio Agamben: “Terminan estableciendo una especie de equivalencia desilusionada entre democracia y dictadura al nivel de una antropología de la gloria
, es decir, porque las imágenes y los pueblos fueron reducidos al principio, con Carl Schmitt, a puros procesos de servidumbre; los segundos, con Debord, a cuerpos puramente serviles. El pueblo no es otra cosa que lo que Schmitt y Debord dicen de él: es decir, algo que sólo puede definirse negativamente por exclusión”. El ideólogo nazi Schmitt, y Debord, el situacionista del 68, coinciden en la misma falta de imaginación que les hace condicionar su forma de hacer política. Su imagen de pueblo
resulta ser: todos los que en un teatro no son actores, todos los que no tienen preminencia por su riqueza, posición social o educación. Ese término negativo de pueblo
se aplicará de nueva cuenta durante el 1968 francés con el situacionismo que vio en la sociedad del espectáculo
a una masa encandilada por las luces del foro de televisión o cine. Agamben, por su parte, asimila el término gloria
a la aclamación
que los nazis le otorgaban al pueblo como única actividad política. Aclamación
, para los nazis, era la propaganda. Y, aquí en el México de la 4T, hubo opositores de la derecha que utilizaron la definición de Carl Schmitt para atacar los niveles de aprobación presidenciales como efectos de los medios y no de los desempeños. En un país en que la oposición domina los medios corporativos y contra la que sólo existió La Mañanera. Uno de los opinadores de la derecha llegó a acuñar el término dictadura plebiscitaria
o, como dicen los fachos europeos de estos días, democracia totalitaria
. Como señala Didi-Huberman, el problema con las aclamaciones
es que dejan a un lado toda la historia de las protestas, las resistencias, las revoluciones donde no todo es decir sí o no
al poder y la gloria. En la otra cara de la aclamación
están los proyectos, las prácticas de la política, los sueños, los futuros. Es decir, está la imaginación..
No esperamos el futuro, sino el pasado –parafraseo a Walter Benjamin–, al referirme al horizonte político. No es el futuro de salvación al que estamos tan habituados, sino toda la persistencia de las causas perdidas. Son las que van alumbrando con intermitencia nuestro paisaje del presente. Una vez derrotadas, no son olvidadas ni se cierran o desaparecen, sino que persisten en formas de resistencia, de supervivencia. No son tradiciones o costumbres, sino las imágenes de los oprimidos, vulnerables y considerados excluidos. Ese es un nuevo tipo de pueblo. Todo aquello que para la derecha es prescindible, desechable, despreciable, va construyendo la nueva imagen que reaparece con persistencia. Son como las luciérnagas. El deseo que apela tanto a la memoria como a la esperanza. Lo que seguimos deseando, imaginando, sintiendo y pensando, a pesar de. Es una experiencia que, como todas, proviene de contestar un estado de cosas, una injusticia.
Didi-Huberman se refiere, entonces, a cómo la imaginación onírica ayuda a fundar una postura política. Pone de ejemplo la terrible recolección de los sueños que tenía la gente común durante el ascenso de los nazis en Alemania, hecha por Charlotte Beradt en 1933. Transcribo dos de esos sueños. Uno dice: “Voy a enterrarme en plomo. La lengua ya está soldada con plomo, encerrada en el miedo. El miedo desaparecerá cuando esté todo cubierto de plomo. Quedaré inmóvil, lleno de plomo. Cuando vengan por mí, diré: ‘El plomo no puede levantarse’”. El otro sueño es: Soñé que ya no sueño con nada más que rectángulos, triángulos y octágonos, que de alguna manera parecen galletas de Navidad
. Hay sueños en que se decreta que las casas tumben sus paredes, otros en que hacer el saludo nazi le cuesta tanto esfuerzo al brazo del soñante que Goebbels mismo le repudia: No quiero su saludo
. Se suceden sueños de una señora que piensa en el diablo escuchando su ópera favorita pero, de alguna forma, la policía ha podido leer su mente y la detienen por pensar en Hitler; una mujer que sueña que su lámpara la escucha; otra que sueña que habla en ruso para que los demás no la entiendan hablar contra los nazis, pero, como ella tampoco sabe ruso ni en la vida ni en el sueño, lo hace para que yo misma no logre entenderme
. Esas articulaciones oníricas son la conciencia de una postura política y, también, del deseo de liberarse de la situación de opresión. La lectura del libro de Didi-Huberman me tomó por sorpresa: en 1975, nueve meses antes de ser asesinado brutalmente a golpes, el cineasta Pier Paolo Pasolini publica un artículo sobre la desaparición de las luciérnagas. Su tesis política es que el fascismo no fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, sino que continuó en Europa gracias al totalitarismo del mercado y las democracias cristianas. El también poeta italiano se lamenta de que desaparezcan las señales que unos a otros nos echamos en medio de la noche. Por otro lado, un sobreviviente del horror nuclear en Nagasaki, el doctor Shimomura, es quien estudió la bioluminiscencia de estos insectos. Todo parece un sueño de los sobrevivientes, tanto la catástrofe definitiva, como de la vida de los otros mundos dentro de este mismo.
Hannah Arendt, quien promovió la publicación de los sueños del ascenso nazi, ya en los años 60, reflexiona sobre esa experiencia de tomar la palabra legítima como punto de partida de todo poder: La memoria debe ser una fuerza, no un fardo
. Coincide, en el fondo, con las últimas líneas de Freud en La interpretación de los sueños: Este futuro, tomado por el soñador como su presente, ha sido formado a semejanza del pasado por su indestructible deseo
.
Y eso es justo desde donde habla lo que llamamos pueblo y la derecha tacha simplemente de tiranía de la mayoría
. Todavía andan por ahí las luciérnagas.