demás de la importante ciudad de Tequila, en el estado libre y soberano de Jalisco
, misma que le dio su nombre a la más afamada y distinguida de las bebidas alcohólicas mexicanas, hay en el oriente y el sur de nuestro país por lo menos otras dos, muy pequeñas por cierto, que también lo ostentan.
Nunca he estado ahí, pero seguramente deben ser pedregosos y con mucha hierba, lo mismo que el poblado jalisciense, pues tal es el significado en náhuatl de esta palabra: tetl, quílitl y lan.
Como no falta quien quiera adornarse sin saber bien a bien, apareció antaño el aserto –falso a todas luces– de que el nombre de tan entrañable población quería decir lugar donde se trabaja
. Supuestamente venía de tequio. No sabemos si ello era para enaltecerla o para denigrarla...
Aparte de que resultaría rarísimo e inexplicable que se bautizara así a una población, lo normal es que los topónimos tuvieran relación con el terreno y no con actividades que tenían que ver con lo que sucedió cuando ya existían.
De hecho, la bebida no recibe el nombre tanto por lo que se hubiera hecho en la misma población, sino en todo el corregimiento
del que era cabecera, aunque con el tiempo, gracias a la abundancia de agua en las inmediaciones de Tequila se establecieran más tabernas
.
Asimismo, ahora se sabe que fue en realidad en el vecindario del poblado de Amatitán donde se desarrolló primero dicha producción para satisfacer y medrar de las ansias de remojar el gaznate que tanto requerían los borrachotes españoles.
Lo cierto es que, por su calidad y eficiencia, el aguardiente que se sacaba de los agaves correspondientes se defendió por sí solo y, con el tiempo fue ganando clientela, a pesar de muchos desfiguros y abusos de sus principales fabricantes.
El ejemplo más claro y reciente es el gran descrédito que ocasionó la marranilla que se mandó a Estados Unidos durante la ley seca de los años 20 y después, durante la Segunda Guerra Mundial.
Del descalabro de la exportación tardó la industria muchos años en reponerse. Más ahora, en especial desde los años 90 del siglo pasado, circunstancias del mercado permitieron que, mejorando la calidad, se le abrieran las puertas también en Europa donde, por cierto, no faltaron en los malos tiempos pillastres que llamaran tequila a unos aguardientes abominables.
Recuerdo un tequila que se llamaba El sombrero fabricado, en España, según decía, con licencia de Porfirio, Juárez y Co. Se ofendieron algunos asistentes a una conferencia sobre el tequila que impartí en Madrid, cuando inventé, cínicamente, que yo tenía una empresa en México que estaba empezando a preparar un brandi con licencia de Franco, Borbón y Asociados...
Ahora el tequila goza de una salud espléndida, con el auxilio del Consejo Regulador, a pesar de algún pillastre que trabajó en él, y también de la Cámara correspondiente, pero el mérito mayor se debe a fabricantes probos que han hecho las cosas como Dios manda.
Estoy esperando las últimas cifras de producción y venta para hacer un análisis más cuidadoso. Sin embargo, no se necesita ser muy aguzado para darse cuenta de la bonanza que prevalece.