engamos hoy nuestro último acercamiento del momento a la economía estadunidense, ejemplo privilegiado de muchas otras, por no decir de todas. Desde el diálogo con estudiantes y profesores de nuestra Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), tiene el ánimo de colaborar en reconocer las tendencias de larga duración de la vida material
, como de ordinario, en referencia a nuestro admirado profesor de la Escuela de los Annales, Fernand Braudel. Por cierto, sus consejos se han extendido.
Actualmente es posible encontrar múltiples propuestas en torno a esta discusión sustantiva en ámbitos extracadémicos. Y no sólo para el caso de países avanzados
: también de países en vías de desarrollo y, todavía más, en los hoy llamados países menos avanzados
. Incluso –por paradójico que parezca– en el terrible mundo de las calificadoras, obsesionadas en determinar las exigencias a los gobiernos, para que cumplan, ante todo, sus compromisos financieros, trátese tanto de administrar y servir su deuda como de manejar el delicado déficit fiscal.
Y se concentran en reiterar riesgos y peligros de la elevación de la ratio de deuda y déficit fiscal respecto al producto
, primordialmente en países menos avanzados
, como caracterizan a medio centenar de naciones africanas, asiáticas y latinoamericanas con bajo nivel de desarrollo humano y económico
. Pues bien, en nuestro ejercicio de marras sobre las tendencias de largo plazo en la vida material estadunidense, identificamos siete específicas, por lo demás intrínsecamente relacionadas.
La primera tendencia de descenso gradual pero sostenido de la rentabilidad general de la economía va de la posguerra a inicios de los 80, seguida –pese a cierta variabilidad– de un estancamiento secular hasta nuestros días. ¿Consecuencias? Una segunda de aguda y violenta pugna social por el excedente, tanto entre los dueños del capital con trabajadores y empleados –que luchan por sus condiciones de vida– como en el interior de dichos dueños, e incluso de unos y otros con los gobiernos para no perder capacidad de regulación.
Así sale a la luz la tercera, de crecientes y continuos esfuerzos por disminuir la participación de la masa salarial en el producto, justamente para tener mayor margen de rentabilidad. Y como correlato de esta lucha de clases, una cuarta de estancamiento salarial de 1979 a 2024, acompañada de una baja relativa del salario mínimo respecto del ingreso promedio. ¿Efecto inmediato? Creciente dispersión salarial, fundada en edad, sexo, raza, origen y, sin duda, educación.
Pero ésta se acompaña de una quinta, de agudo deterioro de las condiciones de trabajo y de mayor precariedad laboral. Seguida, por cierto, de una sexta, de incremento relativo y absoluto de impuestos a las remuneraciones de los trabajadores y empleados estadunidenses. Pero también –y de manera severamente controversial en la vida social de nuestros vecinos– una séptima de aumento de las ganancias de las corporaciones financieras en detrimento de las ganancias corporativas no financieras y de las de empresas no corporativas, con sus efectos nocivos para el comportamiento de la inversión y del dinamismo económico.
Por ello –sin duda– la octava, de persistente y creciente déficit gubernamental de 1949 a nuestros días, que en 2020 y 2021 alcanzó 11.8 y 14.7 por ciento del producto y que el año que acaba de concluir registró poco más de 6 por ciento. Finalmente, una novena tendencia –nueve, por lo pronto– de drástica transformación estructural de las relaciones comerciales de Estados Unidos, que ha implicado una pérdida lamentable de su primacía comercial en el mundo. Ha sido interesante esta reflexión. Y todo esto, sin duda, nos ha afectado radicalmente. Ya veremos cómo en otro momento. De veras.