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Isocronías

De barrio y universo

E

n la pasada FIL se le rindió un homenaje, tiene 50 años de escribir poesía, es con Patricia Medina de los talleristas o coordinadores de talleres literarios más prestigiados de Guadalajara, ha hecho diversas compilaciones poéticas y es católico practicante –y consecuente. Consecuente en todo, según se deduce de otro homenaje, éste radiofónico, que le rindió uno de los programas de la emisora de la UdeG, El expreso de las 10, donde otros escritores y alumnos y familiares suyos trazaron su semblanza. Hablamos de Raúl Bañuelos, según Neri Tello –convocado por la radio–, uno de los cinco mejores poetas de la capital jalisciense, que es decir del estado, sin demérito alguno de su relevancia en el ámbito nacional.

Por el programa me enteré de que su afición por la lectura procede de su gusto infantil por las historietas, los cómics (en nuestro tiempo llamados simplemente cuentos), que conseguía primero alquilados, y luego, emprendedor, llegó asimismo a alquilar a/e intercambiar con otros. Otro influjo: en clase una de sus maestras de primaria les leía el muy difundido Corazón, diario de un niño –que diré de paso y no sin pena (pero uno también tuvo infancia) no menos marcó a quien esto escribe. Ambos nacimos en el populoso barrio de Santa Tere (Santa Teresita del Niño Jesús), pero Bañuelos (1954) práctica y orgullosamente ha vivido ahí desde siempre.

Su Poesía reunida (1973-2023) fue editada por el Taller editorial La Casa del Mago el año recién concluido: 10 libros en un volumen de casi 400 páginas ilustrado principalmente por el artista plástico Ricardo Alemán.

De uno de sus poemas más celebrados, Ver un colibrí, dos fragmentos: “[…] Lo mismo que el salmón y la ballena, / el colibrí es un milagro vivo. // El día se puede dividir en antes y después del colibrí. // Ver un colibrí es ver una aparición. / No se puede tocar con las manos. / Algo se trae con el misterio. // […] Pero él se va y no vuelve cuando lo esperan. / Siendo una presencia absoluta, / el colibrí está por verse siempre. // Cuando se va deja algo de sí permaneciendo. / Y deja el recuerdo de haber visto el mediodía / encarnado en dos alas, un pico y unos colores rápidos / parados en la punta del aire. // Un día vi muerto un colibrí. / Y vi la muerte arrodillada en sus dos ojos sorprendidos / y no lo pude creer muerto. // Sigo sin creerlo: / Este amanecer me pareció verlo entrar por la ventana”.