na infancia enrevesada y solitaria marcaron sus primeros años. Su padre, que comerciaba pieles en el norte de China, murió cuando los japoneses invadieron aquel país. Tenía cinco años cuando supo de la guerra y sus consecuencias. Y la guerra, con los años, se convirtió en uno de sus focos de atención. Fue a Vientam en dos ocasiones, cuando los bombarderos estadunidenses regaban napalm para hacer arder la selva y a sus enemigos. Después fue al frente a la guerra de Yom Kippur, donde grabó el documental Tierras prometidas. Luego fue a Bosnia no para escribir un ensayo o hacer un documental, simplemente en calidad de testigo, para lamentarme, ofrecer un modelo de no complicidad y echar una mano; las obligaciones de un ser humano que cree en la necesidad de hacer lo correcto
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El pasado 28 de diciembre se cumplieron 20 años de la muerte de Susan Sontag. La persona más inteligente que conociera el inteligentísimo Carlos Fuentes; la mujer más inteligente de Estados Unidos
, a decir de Sartre. La escritora para quien cualquier documento que hable de cualquier guerra sin mostrar la terrible concreción de la destrucción y la muerte es una mentira peligrosa
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En una larga entrevista que tuvo con Silvia Lemus concretó muy bien la tarea del escritor: es alguien que presta atención a lo que ocurre en el mundo
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A Sontag le interesaban los retos, hacerse la vida más difícil para seguir creciendo, para hacerse más sabia, como comentó a Elena Poniatowska en diciembre de 2004. No le interesaba instalarse en unas ideas y pasarse la vida con esas mismas ideas
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En México encontró un interlocutor a quien visitaba en Cuernavaca. Le interesaban sus razonamientos sobre la no escuela
: Iván Illich, a quien visitó varias ocasiones.
Susan Sontag aprendió a leer a los tres años y a los cinco ya era capaz de recitar relatos y poemas. A los siete publicaba en unas hojas obras de teatro y poemas. Luego de leer la biografía de madame Curie, escrita por su hija, quiso ser química; más tarde, médica, pero casi al término de su adolescencia, reconoció ante el periodista Edward Hirsch que se dio cuenta de que su gusto por la lectura y la medicina eran actividades de tiempo completo.
“Lo que recuerdo es haber empezado a leer libros de verdad cuando tenía unos seis años. A partir de ahí, en caída libre, fui descubriendo a Poe, Shakespeare, Dickens, las hermanas Brontë, Victor Hugo, Schopenhauer. Mi infancia fue un permanente delirio de exaltaciones literarias.
“Lo que quería en realidad –consignó Hirsch en un número de The Paris Review publicado en 1995– era vivir todas las vidas posibles, y la vida de escritora parecía la más inclusiva.”
Y precisamente su amor a la lectura la llevó a escribir una carta a Borges, al gran lector, en 1996, a 10 años de la muerte del poeta argentino, donde mostraba su preocupación por la desaparición de los libros: “Usted dijo que debemos a la literatura prácticamente todo lo que somos y lo que fuimos. Si los libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres humanos. Estoy segura de que tiene razón. Los libros son la suma arbitraria de nuestros sueños y de nuestra memoria... Lamento tener que decirle que la suerte del libro nunca estuvo en igual decadencia. Son más los que se zambullen en el gran proyecto contemporáneo de destruir las condiciones que hacen la lectura posible, de repudiar el libro y sus efectos.
“Pronto –continúa la carta– llamaremos en ‘pantallas-libros’ cualquier ‘texto’ a pedido, y se podrá cambiar su apariencia, formular preguntas, ‘interactuar’ con ese texto”. Y cuando “los libros se conviertan en textos con los que ‘interactuemos’, según los criterios de utilidad, la palabra escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra realidad televisiva regida por la publicidad. Este es el glorioso futuro que se está creando… eso no significa nada menos que la muerte de la introspección… y del libro. Por esos tiempos no habrá necesidad de una gran conflagración. Los bárbaros no tienen que quemar los libros”. Ya vivimos esos tiempos. Habrá que organizar la resistencia
, como quería Sontag.