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Poética cero

IDEAS

A

unque muchas sean malas, no le faltan ideas. Como se le ocurren así nomás, las llama ocurrencias. Acontecimientos que se le ocurren, sin llevar a ningún lado. Cabeza hueca no, ciertamente, la tiene llena, pero cabeza inútil a que sí. No está solo, al contrario. Lo rodean algunas cabezas rebosantes como la suya, y en gran número las vacías, o rellenas con la guata de memes y pastelazos.

En su caso evita pasar por muñeco de peluche varato y vovo. Se atreve a pensar por su cuenta, a imaginar fuera de las pantallas y sin los estímulos pavlovianos que han ocupado el lugar de la inspiración y las verdaderas fantasía y filosofía. Sus chistes son malos, pero son suyos.

Se le ocurren ideas de un millón de pesos. Varias al día. Nunca halla quién las pague, así que de ideas no pasan. No pretende reunir su ideario, esa idea no se le ha ocurrido. ¿Se imaginan? Una enciclopedia de pensamientos imprácticos, inútiles, delirantes, y una que otra pepita de oro que ningún gambusino futuro podría localizar entre tanta grava suelta.

Un reloj de arena. Eso. Un escurrir de desiertos y playas tamizadas en espejo, síntoma si acaso de aquellos días, de aquellas iluminaciones distraídas, de aquellos enjambres únicos, irrepetibles, nunca malos pero buenos para nada.

*

PERO ARA

Navega el arado hasta no tocar fondo. Abre surco a semillas que un día se ahogarán. Flotan por ahora. Las aves acuáticas desdeñan su peso y la espuma que abandona a su paso. Las aves de tierra (es un decir, porque son de aire) ni siquiera le dicen adiós al arado que zarpa.

Sea el buey un bastardo de las ballenas antediluvianas. Sean un charco los suspiros del mar. Muge la bestia, hunde el hocico en la brisa, tira despacio hacia la orilla que no alcanzará. Pero ara, no flota, no nada, no toma altura, embiste vanamente la distancia, intuye el naufragio, le abre sitio en su respiración. No hay camino sino estelas en la mar.

*

CONSECUENCIAS DE LA FLECHA

Ay, Zenón, que confundió en Elea el colibrí y la montaña. Quería estarse quieto, pero no pudo, las deudas con Parménides lo trajeron frito la parte más productiva de su vida, y cuando se dedicó a disparar flechas con fines recreativos y buscando distraerse de sus obsesivas paradojas topó contra la inmovilidad más rápida imaginable: la del instante.

¿Comienza o termina algo verdaderamente? ¿No es acaso todo más de lo mismo? El padre Nacho Palencia insistía en sus clases en la contradicción clásica entre la quietud permanente de Parménides y la incesante carrera del río al que se arrimaba Heráclito todos los días, sólo para encontrarlo diferente.

El río ha ganado desde aquel antiguo entonces un gran número de adeptos. La flecha también ganó los suyos entre quienes disfrutan molestar llevando la contraria a los que sueñan en fluir, planteando un problema sin solución posible que mareó a los matemáticos durante centurias, mientras el río atrajo nada más pescadores y poetas.

Llegados a la edad de la incertidumbre cósmica, los pensadores comprendieron al fin que no tenía importancia. Nada se va, nada llega. Nada se crea, nada se destruye, ni en cenizas, todo se transforma en basura, y la basura vive el tiempo en una realidad propia, más indestructible que la flecha y más duradera que los ríos. Heredará la Tierra.