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Aprender a morir

Una historia de amor

C

uando se encontraron, ella tenía 18 y él 62. Fueron 14 años de una relación que ni la lógica, ni la gente, ni la enfermedad debilitaron. Hoy, con su amor invariable le escribe: “Hace un mes de tu partida. Nunca nos habíamos separado tanto tiempo. Y aunque sé que estás en un mejor lugar, una parte de mí se niega a entender que no estás más conmigo en este plano. A veces pienso que vas a llegar del súper o del mercado, con esa sonrisa que me iluminaba.

“No quiero que sientas que estoy mal, sólo estoy triste; haberte perdido es uno de los dolores más grandes que experimentaré. Sé que voy a estar bien, me enseñaste a ser valiente, y aunque jurabas no ser maestro, te salía natural. Aprendí a través de ti que la vida es impredecible, que cuando creemos tener todo calculado, surge una nueva cifra y aunque te prepares para todo, siempre habrá una sorpresa. Me decías que nuestra percepción de los eventos, más que los eventos mismos, determina nuestra respuesta emocional. No controlamos lo que nos pasa, pero podemos decidir cómo reaccionar ante ello. Y justo una de las cosas que he tratado de pensar en estos días es ¿qué me dirías para sentir consuelo por tu partida? Seguro responderías: estoy bien, no tienes que temer por mi ausencia física; todo lo bueno que había en mí ahora está en tu corazón y en tu mente. Soy parte de ti, pero ya sin estorbar, lo que quiero es que llegues a vivir con toda la libertad y decisión con la que supimos hacerlo.

“Al mes de iniciar, me escribiste: Llegaste como sol de medianoche / destripando la inercia con tu fuego / y forzando la vista de este ciego / que tomó la avaricia por derroche. / ‘Nadie rebaje a lágrima o reproche’, / tan cruda remoción del viejo apego / y el olvido del inerte sosiego / cuando ya lo cerraba con un broche. / Estimo inescrutable este portento / de la otoñal mutación de lo magro / en renovado y juvenil milagro. / Incrédulo y en vilo a este momento / al destino humildemente ruego / conservar intocado el sacramento.

Entonces respondí: Quédate a mi lado sin respirar, que yo te daré oxígeno, quédate a mi lado sin hablar, que mis palabras crecen cuando estoy contigo, quédate a mi lado sin vivir, que yo tengo suficiente vida para que seamos uno mismo. Gracias, Dios, Universo, destino, vida, amado mío, por dejarme conocer el amor a través de tus ojos, de tu voz, de tus palabras, de tu sonrisa, de tu cara, de tu silencio, de tu dolor.