De las graves omisiones acumuladas por autoridades y taurinos
lindar, según el náutico diccionario de la RAE, significa proteger exteriormente con diversos materiales una cosa o un lugar contra los efectos de balas, fuego, etcétera, y en sentido figurado el término indica proteger o resguardar. Otra definición sostiene que blindar es aislar algo o a alguien para protegerlo de posibles intromisiones. Para desgracia de la mejor tradición taurina de México, los metidos a promotores del espectáculo optaron, hace más de tres décadas, por la última definición, entendiendo que el fortalecimiento de la fiesta de toros residía en aislarla de cualquier intromisión, incluidas la autoridad y la sociedad.
Por su afanosa parte, sucesivos gobiernos decidieron, en ese mismo lapso, desentenderse de esta expresión cultural popular de México, irresponsabilidad que en parte animó la actitud soliviantada de los concesionarios de la Plaza México –los Alemán 23 años y los Bailleres ya ocho– que, con apoyo de las autoridades en turno, ignoraron, amenazaron o sobornaron al gobierno de la ciudad, a la alcaldía Benito Juárez, a los jueces de plaza y a la Comisión Taurina. La 4T, sobrada de prejuicios y escasa de perspectiva ideológica, en lugar de poner orden en la fiesta de toros prefirió azuzar a juececitos oficiosos para que dictaran suspensiones y prohibiciones sin sustento a varios cosos del país. En vez de regenerar, prohibió.
Pero de regular responsablemente la celebración de espectáculos taurinos en la Ciudad de México, sin protagonismos sino con criterio e independencia debidamente respaldados por la Jefatura de gobierno y alcaldías, nada, como si añejos fantasmas continuaran protegiendo los abusos de la autorregulación neoliberal taurina, en tanto la Ley para la Celebración de Espectáculos Públicos y el reglamento taurino siguen siendo letra muerta. De una búsqueda inteligente de nuevos valores y de repetir a los modestos que triunfan, mejor ni hablar.
Asimismo, hace más de tres décadas gremios, medios, aficionados y peñas prefirieron el engaño y el autoengaño como precaria forma de sobrevivencia de esta añeja tradición –cinco años antes que la guadalupana– no obstante los crecientes acosos de autoridades, partidos políticos y agrupaciones tan compasivas como ignorantes de las características, atributos y misión del toro de lidia, por no hablar de factores culturales, idiosincrásicos, económicos y laborales, como si casi 500 años de tauromaquia pudieran prohibirse por órdenes de los promotores del pensamiento único en el planeta y no de su diversidad, ah, y por sostener que los seres sintientes son iguales a –y sienten como– los pensantes.
Lo que debió ser permanente labor de los taurinos para contrarrestar una modernización epidérmica y un humanismo sin matices se quedó en asambleas ocasionales, defensa oficiosa y congresos internacionales sin eco. A falta de un flujo sistemático de información y formación taurina en medios menos serviles, en redes, escuelas y universidades se añadió una inexcusable negligencia gremial con la sociedad y la siempre inoperante Comisión Taurina como órgano de consulta del gobierno de la ciudad. Más omisiones.
Diferentes concursos nacionales, ediciones, debates, conferencias, exposiciones, cursos, cine-clubes, visitas a ganaderías y plazas, espacios más analíticos en radio, TV y redes, formas imaginativas de capacitar y de vincular la fiesta de toros con la sociedad mexicana han brillado por su ausencia, como si los toros constituyeran un país aparte sin necesidad del acercamiento permanente a una colectividad cada día más enajenada, con mayores opciones de espectáculos y ausente de las plazas por la falta de toros y toreros emocionantes. Son los resultados de esa barbarie caracterizada por la mezquindad y el descuido.