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Cuadernos de la Habana

La doble vida de un embajador

P

aradojas, doble vida, doble compromiso, doble responsabilidad del embajador Gilberto Bosques.

Seguía siendo la cara de la cultura, del nacionalismo revolucionario en el arte; seguía hablando de los mejores valores de México, pero seguía salvando vidas. Esa manera de ser y actuar se le presentaba en una nueva realidad muy compleja, bajo la mirada recelosa de Fulgencio Batista.

Tenía que diseñar la manera en que iba a introducir a territorio mexicano, espacio mexicano, a los perseguidos. Ahí encuentro grandes hallazgos de la fórmula que empleó durante estos años de Batista para poder dar protección a los perseguidos: casas refugio para no asilar a todos en la embajada de México.

Llevó esta doble vida, a pesar de estar inaugurando exposiciones, organizando conciertos, haciendo tareas de promoción cultural; mientras su pensamiento estaba también en ¿cómo están?, ¿cómo están siendo atendidos?, ¿cómo mantener viva la responsabilidad de proteger? Y nunca dejó de tener esta doble preocupación.

Por otra parte, Bosques se esmeraba en estudiar la realidad cubana que presentaba muchos retos y preguntas por responder. Debía estar muy bien informado, sabía que le preguntarían directamente de México sobre la evolución del huracán cubano.

La política económica aplicada por Batista tomó cuerpo formalmente con el Plan de Desarrollo Económico y Social, cuyo objetivo oficial era promover la diversificación agrícola y el desarrollo industrial del país, pero su propósito real era otro.

Carlos Rafael Rodríguez, años después presidente de Cuba con la revolución, y lúcido estudioso de los temas económicos y políticos de la época de Batista, escribió: la finalidad era otra: por una parte, promover gastos de salarios y sueldos que mitigaran los desastrosos efectos de la caída de la producción azucarera, y de la otra, crear márgenes ilícitos que permitieran a los gobernantes y a sus socios de la burguesía empresarial un enriquecimiento fácil y rápido.

Las cifras eran escasas pero contundentes; a finales de la década y a principios de la etapa Batista, el desempleo y subempleo representaba 33 por ciento de la población económicamente activa; la tasa de analfabetismo superaba 23 por ciento en el país, y 41 por ciento en las zonas rurales. Más que una etapa de desarrollo de la economía cubana, aquella era, en cierto sentido, una fase de antidesarrollo.

Si se habla de las utilidades, en este renglón se trataba de empresas estadunidenses ligadas al azúcar que no desempeñaban en Cuba la función de promover el desarrollo, por la obvia razón de que gran parte de las ganancias eran rexportadas a Estados Unidos con la finalidad de distribuirse entre los rentistas de la nación del norte. Negocio redondo que no generaba ganancia para el país.

Por otro lado, el latifundio representó un fenómeno clave en todo el proceso de la economía de Cuba, pues facilitaba la explotación de los trabajadores y el dominio de mercado cubano por los sectores estadunidenses dedicados a la exportación.

Vinculado al problema del latifundio se encontraba el de la tenencia de la tierra. Dos terceras partes del área nacional de las fincas estaban siendo trabajadas por productores que no eran sus propietarios y se veían forzados a pagar una renta, generalmente a un rentista que permanecía ausente.

La miseria en las zonas rurales del país era impresionante para cualquier observador que, como Bosques, venía de una larga lucha por la tierra y una revolución que desembocó en una reforma agraria.

Por eso, al volver a sus libros, como todos los días encontraba algo que le pudiera reconfortar, seguramente durante esos días volvió al poeta portugués que había leído, que había descubierto en su paso por Portugal y al que regresaba con especial afecto, Fernando Pessoa.

Borrar todo del cuadro de un día para otro, ser nuevo con cada madrugada, en una revirginidad perpetua de la emoción; esto, y sólo esto, vale la pena hacer o poseer, para ser o poseer lo que más imperfectamente somos.

*Embajador de México en Cuba