o es fácil de entender que lo que hace y dice el gobierno, su partido y la coalición de colados que los acompaña esté sustentado en algún plan maestro, alguna racionalidad que pueda trascender la nebulosa coyuntural y ponernos en una perspectiva mayor, de largo plazo.
El desatino se ha apoderado del discurso y, en estas nebulosas condiciones, que son las del aquí y el ahora en México, pero también en otras latitudes, la traducción parece ser tarea imposible, misión sin coordenadas. El caso extremo de esta dislocación verbal, sintáctica y hasta prosódica lo encontramos en los páramos de la oposición formal, donde todos tienen algo que hacer, pero no hacen nada.
Qué decir del difuso y superpoblado salón de la crítica política, donde no se hacen malos quesos. El mundo del silencio, que suele suceder al de la negación, se ha instalado, pero no para auspiciar el cultivo de nuevas ideas y visiones que se hagan cargo de la indispensable crítica de hechos y dichos, sino para sofocar cualquier entendimiento.
Todo es desolación y lamento de los que se mal nutren los restos de una formación política que presumía de su pluralidad y de una diversidad de ideas e hipótesis que el tsunami de junio simplemente dejó varadas en la playa, abrumadas por la basura y los desechos de todo tipo.
A todo lo largo de este patético trayecto reinan el chiste y el mal gusto, y aquello de la burguesía ilustrada
, de la que hablaba Keynes, pasó a retiro. Eso de que la negación somos todos
sirve de hábitat para un nefasto diálogo de sordos del que sólo sale ganadora, supuestamente, la coalición gobernante. Ilusión vana, pero no por ello desafortunada, de que el no diálogo retroalimenta sus ceremonias difusas y confusas.
A pesar de la bifurcación cada vez mayor entre la realidad y las interpretaciones, la disonancia no parece alarmar a nadie; si, por ejemplo, abordamos la cuestión económica resumida en sus grandes números, no llegamos a conclusión ninguna no obstante las duras evidencias que insisten en señalar un cuasi estancamiento, una reducción sistemática del empleo formal, etcétera.
Y lo mismo ocurre con la cuestión social, en la que el gobierno decidió borrar al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) y su cauda de investigaciones, mediciones, acopio de datos, comparaciones internacionales y señalamientos. El conocimiento generado por muchos y las prácticas políticas corren el peligro de quedar subsumidas en las transferencias monetarias individuales, mientras el sector salud sigue degradándose en medio de discursos y omisiones de toda laya.
El otrora orgullo de la revolución modernizada
, el Instituto Mexicano del Seguro Social y sus émulos en los estados y algunas entidades del servicio público federal, vive horas de asfixia y angustia, abrumado por la demanda de atención y medicamentos que simplemente no alcanzan. Ayer motivo de aliento y hasta de celebración, nuestra seguridad social, aunada a la salud pública, atraviesa un callejón de quejas y reclamos que no encuentran en los dichos mañaneros respuestas sólidas ni creíbles.
En estos y otros panoramas, convertidos en escenarios de decadencia abusiva, no podemos seguir negando los hechos. Todos, servidores públicos y estudiosos, personal sanitario y usuarios, quienes no encuentran debida atención ni respuesta a sus sufrimientos, tienen (tenemos) que alzar la voz con firmeza y decir con claridad, sin aspavientos, lo que ocurre, porque nos compete a todos, y que en buena medida es el fruto envenenado de una obstinación convertida en política, cuyos perniciosos efectos no pueden ni deben seguir negándose.
Que la voz nos sirva también para convertir el malestar y el descontento en política, no de ocasión, sino de Estado. La hora de recuperar para todos los mexicanos la salud, como protección y cuidado generoso, nos compete y compromete a todos. La salud pública tiene que volver a ser pública, es y se debe a todos.
Felices y pacíficas fiestas para todos.