Entonaciones
antando no hay reproches que nos duelan, / se puede maldecir o bendecir (recuérdense Maldigo del alto cielo
y Gracias a la vida
, de Violeta Parra) /, con música la luna se desvela / y al sol se le hace tarde pa’ salir”, instruye Chucho Monge en su muy conocida Cartas marcadas
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Quien canta sus penas espanta
: dicho popular. Victor Zuckerkandl: El que canta no deja la espacialidad del mundo tras de sí, pero vive y respira en un espacio ajeno al del hablante. Ha entrado en otro espacio
.
Al que canta, el canto lo excede. Se diría que despierta, o que regresa al sueño, una vez que cantó. El canto, como san Juan a santa Teresa, hace trasponer
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No sabía, ¿o lo había olvidado?, que el cántico espiritual fue en su nacimiento cantado: Juan de la Cruz, prisionero de los carmelitas calzados, carente de recursos materiales para fijarlo, lo entonaba para mantenerlo en la memoria (algo por lo demás no muy lejano de lo que por su parte hacía la activísima santa Teresa). Ese cantar continúa siendo lo que es –canto– aun cuando perdida su música original ahora lo veamos solamente como poema.
Todo poema, canto; cierto, (la inmensa mayoría de las veces) sin música pero –ojo, oído– por obvio que parezca: no sin musicalidad. En el otro extremo: el que canta canciones aprende de las palabras que son música (las paladea, goza de su pronunciación), música per se.
Lo que dice la voz melódica dice siempre algo más que lo que las palabras dicen. El que canta comprende lo incomprensible (ese excedente de información que no se nombra, ese algo más que las palabras no alcanzan a decir).
La relación entre poema y canto (el canto retirándose para que el poema sea; el poema acercándose lo más posible, sin dejar de ser poema, al canto) difícilmente puede precisarse. En esa zona oscura o neblinosa en que el poema sin ser canto lo es y en la que el canto, con toda discreción, hace mutis, está, cuando poeta, el poeta.
Joseph Campbell de nuevo: “Una vez un maestro zen se plantó ante sus discípulos a punto de pronunciar un sermón. Y en el momento en que abría la boca cantó un pájaro. Entonces dijo: ‘El sermón ha sido pronunciado’”.
Cuando alguien canta bien, todo tiene sentido, convoca el amor de Dios, porque como exclamara el rey Marés, el marido de Isolda: “Dios ama a los buenos cantores. Su voz y arpa penetran el corazón…, desvelan los recuerdos amables y hacen olvidar duelos y vilezas”.