os actos de excepción pueden volverse hábito, hasta perder significado o revertirse. La Ciudad de México y los municipios conurbados del estado de México enfrentan cada día numerosas contingencias de movilidad por bloqueos de grupos de ciudadanos protestando. No es nuevo el recurso, y a veces resulta efectivo para resolver demandas de obreros, estudiantes, vecinos, colectivos y colectivas.
Se trata de acciones populares, como las huelgas de antaño. Pero aquella movilización proletaria que frenaba la producción de la patronal ha perdido piso legal y práctico. El fin del sindicalismo independiente (quedan islas) y la desfiguración final del sindicalismo oficial siempre afín al gobierno, ahora apenas cascarón de los sindicatos históricos presididos por momias tipo Carlos Aceves Olmos y Francisco Hernández Juárez, por mencionar un par de herederos ancianos de aquellos faraones que en otro tiempo destapaban presidentes.
Un plantón llama la atención del transeúnte que pasa frente a alguna dependencia oficial (secretaría, juzgado, hospital, alcaldía) y plantea sus demandas en la ventanilla correspondiente
. Igual en universidades, o ante obras de desarrollo inmobiliario, vial. Para exigir pagos, subsidios, justicia, el cumplimiento de acuerdos.
Teníamos las marchas. Formidables. Los dinosáuricos y dóciles paseos que armaban las centrales priístas para servir de alfombra al presidente en turno. Las emocionantes protestas estudiantiles, la resistencia popular desafiando al poder, cuántas veces con represión, cárcel, muertes y masacres. Las de los opositores de abajo. Las del 68, el 10 de junio de 1971, la insurgencia sindical de los años 70, el Zócalo Rojo en 1982, el Consejo Estudiantil Universitario en 1987, el apoyo al zapatismo en enero de 1994, los 43 de Ayotzinapa, el orgullo gay, la creciente ola de las marchas feministas. Las anuales marchas de la memoria.
Ahora resulta más fácil perder la chamba que hacer una huelga. Y las marchas, sí, siguen, pero trivializadas con botargas, zombis, calacas, personajes de historieta gringa, alebrijes y otros carnavales promovidos por las autoridades. No que estén mal, pero ahora la avenida Juárez y el Paseo de la Reforma se colapsan con fines recreativos, ya no de protesta, como no sean las grotescas marchas blancas y rosas de la burguesía que tanto celebran las televisoras privadas y los columnistas fresas.
Lo de hoy son los bloqueos. No pocas veces como recurso desesperado. Un ejemplo: colonias enteras en Ecatepec sufren falta de agua durante más de un año. Los pobladores usan sanitarios de supermercados y gasolineras, mínimo se lavan la cara y los sobacos; se cuelan en las regaderas de los gimnasios, o pagan por usarlas; sufren la corrupción de los piperos; enfrentan una crisis sanitaria. Un día deciden bloquear la Avenida Central o una autopista. Parte de la ciudad se colapsa. ¿Tienen de otra? ¿Son escuchados?
Ocurren a diario cierres en Anillo Periférico, calzada de Tlalpan, la salida de la ciudad rumbo a Querétaro o a la altura de Chalco inundado de mierda, las avenidas Cuauhtémoc, Río de la Loza, Fray Servando, Gustavo Baz, Ignacio Zaragoza, Lázaro Cárdenas, Insurgentes en alguno de sus puntos. Si no, el Congreso de la Unión, las comisiones de derechos humanos o del agua.
Como tantas cosas, también los motivos de protesta se han fragmentado y multiplicado. Toda clase de ciudadanos y ciudadanas ponen su mecate y el peso de su cuerpo por una chica desaparecida, un feminicidio, la liberación de un violador, el abuso sexual en las escuelas, la reinstalación de trabajadores despedidos, el derecho a vender en ciertas locaciones de la vía pública, la violencia rampante, la amenaza continua de bandas criminales, transportistas enojados, indígenas humillados, la imposición de abusos inmobiliarios y gentrificación, desalojos y muchísimas razones más para quejarse y hacerse oír.
¿Son para molestar al gobierno? Claro, si no qué chiste. ¿Meras provocaciones de una oposición derrotada? ¿Luchas legítimas que no comparten las satisfacción oficialista con el estado de cosas? Mesas de diálogo van y vienen, voceros emiten opiniones, funcionarios responden, desestiman, se justifican. A veces hay garrote policiaco, vandalismo, intercambio de golpes.
No sólo en la capital. Las demadas de paz y seguridad paralizan Culiacán, Guadalajara, las carreteras de Chiapas, Guerrero, Morelos, Puebla, Veracruz, Oaxaca. A diario intervienen en los cortes ciudadanos la Guardia Nacional, las corporaciones policiacas, las ambulancias. Y peor, proliferan bloqueos de los contrarios: los cárteles incendian vehículos, ponen retenes, paralizan ciudades y poblados con toques de queda y batallas campales.
Así que bloqueados estamos. Los cortes de caminos y calles son un síntoma. Un gran síntoma. La epidemia de bloqueos causa molestias inmensas a pasajeros de transporte público, acarreadores de mercancía y suministros, automovilistas, prospera la venta de motocicletas. ¿Dónde mi inconformidad perjudica a mis conciudadanos, a miles de ellos, infringe daños económicos y hace perder el tiempo a quienes nada tiene que ver con mi problema, por justo que sea?