ay presupuestos deseables y presupuestos posibles. Las necesidades de México siempre rebasan la capacidad del Estado de cubrir económicamente cada rubro, sin embargo, hay momentos en los que la distancia entre los requerimientos del país y la precariedad de las arcas es mayor; 2025 es uno de esos años.
Las grandes obras de infraestructura de los últimos años, léase tren maya, aeropuerto, y refinería, se convirtieron en grandes apartados presupuestales. Hoy el gasto se reorienta a lo básico e impostergable: el pago de los intereses de la deuda, la reducción paulatina del déficit fiscal, y los programas sociales que todas las campañas políticas prometieron ampliar. En ese marco, México tiene más gasto irreductible que margen de maniobra, y menos fuentes adicionales de ingreso que en el pasado.
De ahí el recorte al Poder Judicial de la Federación, que más que un tijeretazo es una reconfiguración total del rol que el tercero de los poderes de la Unión juega en la vida pública. Si buscamos entender el PEF con los criterios que normaron la discusión los últimos 30 años, no lo vamos a lograr. El cambio de modelo político está reflejado en el PEF. Y no sólo eso, el gran triunfo cultural de Morena es haber logrado que incluso la oposición, o lo que queda de ella, promueva en sus campañas políticas el no quitar programas sociales
como su gran oferta diferenciadora.
Y este fenómeno social y político trasladado a lo económico no es privativo de México. En todo el mundo los presupuestos moldeados por la lógica económica y narrativa de los 80, los presupuestos thatcherianos, están siendo sustituidos por presupuestos que tienen al Estado de bienestar como eje. Tal vez la excepción sea Argentina, que en la absoluta debacle inflacionaria eligió a un radical de derecha que desconfía más del Estado que Friedman y Adam Smith juntos; y que en un año logró bajar la fiebre inflacionaria argentina a un costo social altísimo, paradójicamente, con una popularidad aceptable.
Más allá de los diferendos ideológicos y las genuinas motivaciones para defender programas políticos en el PEF, valdría la pena preguntarnos, sin filias ni fobias, ¿cuál debería ser el presupuesto ideal para el México de 2025 y de los próximos años?, ¿cuál debería ser la mezcla que mande señales de tranquilidad a los mercados, cumpla las promesas de campaña en materia social, y garantice que el Estado cumpla con la función básica: dar seguridad a los habitantes?
Lo digo porque desde hace 20 años escuchamos de conflictos entre bandas criminales y ajustes de cuentas entre narcotraficantes, y sin darnos cuenta, esta noción ha permeado de tal forma en la sociedad, que es cada vez más difícil recordar que es el Estado, la autoridad democráticamente electa, la que debe garantizar condiciones de paz y legalidad en el país.
En ese sentido, ¿es el PEF 2025 el que necesitamos para enfrentar la crisis endémica de seguridad? Claramente no. Sin embargo, ayuda y abona que haya un enfoque de contención de las bandas delincuenciales, y detenciones y decomisos vuelvan a las primeras planas de los periódicos. Por la razón que sea, incluso la renegociación del T-MEC, es una buena señal para los ciudadanos.
Ojalá que la estrategia de seguridad se fortalezca en materia presupuestal en los próximos años. Porque si bien todos podemos estar de acuerdo en atender las causas de la violencia, el concepto weberiano del Estado como monopolio legítimo de la violencia, sería mínimamente necesario en cientos o miles de municipios de la República. Y para lograrlo se necesitan recursos, coordinación y voluntad. Hay buenos mensajes de cara al futuro inmediato en los tres flancos, pero el terreno perdido frente a la criminalidad es simplemente apabullante.
El presupuesto no es nunca el deseable, sino el posible. El PEF 2025 nos lo recuerda acaso con total y fría claridad.