El activista japonés es integrante del grupo Nihon Hidankyo, que acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz por su labor de difusión
Lunes 16 de diciembre de 2024, p. 5
Hibakusha es el término empleado para referirse a los supervivientes de las dos explosiones nucleares que asolaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945. El grupo Nihon Hidankyo, que ha cargado con la tarea de concientizar sobre los riesgos del uso de bombas atómicas, recibió el Premio Nobel de la Paz el pasado 10 de diciembre en Estocolmo, Suecia. Yasuaki Yamashita, quien reside en México, es uno de ellos.
Testigo vivo del estallido de la bomba Fat Man, el activista ofreció una charla en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) en compañía del antropólogo Sergio Hernández Galindo. Habló sobre sus terribles vivencias de una de las peores tragedias del siglo XX.
“Contar esta experiencia no es sencillo y aún padezco las consecuencias, los recuerdos regresan cada vez que lo hablo, pero quiero que la gente entienda qué sucedió.
Los otros sobrevivientes no queremos que nadie sufra lo que nos pasó. Hoy, 80 años después, todavía hay secuelas físicas y mentales
, relató Yamashita en el Centro Cultural Universitario Caja Real de la UASLP.
Narró que ese trágico día, temprano, sonó la alarma que avisaba que podía haber un bombardeo. La gente estaba trabajando en los campos y yo estaba jugando solo, frente a mi casa. Un señor le dijo a mi mamá que un avión extraño sobrevolaba la ciudad, pero ella respondió que seguramente no pasaría nada, porque Nagasaki nunca había sido atacada
.
Por la tarde, su hermana también le dijo a su progenitora de la sospechosa aeronave; por ello fueron a un pequeño refugio que estaba en la parte de atrás de su casa: “era un agujero chico que estaba en la tierra, que usábamos cuando no podíamos llegar al refugio de la comunidad.
Justo entramos y vimos una luz tremenda, como si fueran mil relámpagos al mismo tiempo o cuatro soles al mediodía. Mi mamá me jaló al suelo y me cubrió con su cuerpo, y ahí pasó la explosión. Después vino el silencio, nos levantamos, y vimos que todo había desaparecido
, evocó el sobreviviente japonés, quien en ese entonces vivía a dos kilómetros de distancia.
Ese día vi el infierno
Tras el estallido, la familia de Yasuaki corrió al refugio comunal, donde vio que uno de sus amigos tenía la espalda destrozada. El niño murió dos días después debido a la gravedad de las lesiones. No había médicos ni enfermeras, porque todos murieron en la explosión.
Al salir del refugio, queríamos buscar algo para comer, pero no había nada. Pasaron días y no logramos encontrar nada, queríamos comernos hasta el pasto; esa fue la peor desesperación. Mi madre decidió sacarnos de la ciudad y llevarnos con unos parientes al campo. La ciudad quedó negra, ese día vi el infierno
, afirmó Yasuaki Yamashita.
Lo peor estaría por venir, porque el dinero perdió valor y la comida escaseó: Se cambiaban cosas por objetos, vestidos, oro
.
Fue entonces cuando empezaron los síntomas de la radiactividad: Me dio anemia. Vomité y evacué sangre, me desmayaba en cualquier parte. Pasaron los años y empeoró, al grado de que tuve que renunciar a mis primeros trabajos. Los médicos me hacían endoscopías y análisis de sangre, pero nunca dieron con el problema
, narró.
Luego de laborar en un hospital que trataba a víctimas de la radiación, Yamashita vio el sufrimiento: quemaduras, cáncer, dolores extremos, deformaciones, muerte. Fue entonces que por fin entendió lo que significaba estar vivo tras un desastre de esa magnitud.
“En mi mente quedó grabado un joven de 15 años que tenía leucemia. Como no había muchos donadores de sangre, de vez en cuando me pedían que les permitiera extraerme un poco. Poco después, al muchacho le salieron manchas negras por todo el cuerpo, falleció dos días después de eso. Ahí me dije: ‘yo voy a morir como él, estaba seguro de eso”, refirió el señor Yamashita.
Hernández Galindo, antropólogo y especialista en migración japonesa del Colegio de México y del Instituto Nacional de Antropología e Historia, explicó en entrevista con La Jornada que “los sobrevivientes de las ciudades y poblados cercanos a Hiroshima y Nagasaki fueron discriminados y segregados por la sociedad japonesa.
“Muchos de ellos migraron hacia otros países, otros murieron poco después y los menos sobrevivieron con graves secuelas.
Yasuaki Yamashita decidió ocultar su pasado e intentó trasladarse a América Latina; sabía español y aprendió sobre la cultura mexicana. Viajó a este país para instalar la infraestructura que los medios de comunicación necesitaban para transmitir los juegos olímpicos de 1968, y decidió vivir aquí.
El experto también explicó que la bomba estalló a 500 metros de altura, fue una enorme bola de fuego que elevó la temperatura a 7 mil grados en el centro. La onda de calor se expandió a un kilómetro de distancia y ocasionó un aumento de radiación que afectó 4 kilómetros a la redonda; esto desintegró a los pobladores cercanos
.
Tras la explosión, el hongo
atómico generó una onda de rayos gama que causaron lesiones a los sobrevivientes; poco después cayó lluvia negra
cargada de más radiación.
Desde mi campo de acción, como profesor, tengo que hacer un llamado para detener el uso de las armas nucleares. El señor Yama-shita rechazaba recordar su infancia por el dolor. Se percató de que debe narrar su pasado para que nunca vuelva a repetirse. Hay cálculos que nos dicen que murieron de 30 a 40 mil personas, pero posteriormente se contabilizan más de 100 mil víctimas de esta atrocidad
, concluyó el especialista.