La vida cultural del embajador Bosques
uando el embajador Bosques llegó a La Habana, en 1953, estudió cómo se desarrolló el asalto al cuartel Moncada, vio cómo se realizó el juicio y la condena de quienes lo perpetraron.
Empezó a recibir asilados, por supuesto, pero también tuvo que cumplir con las tareas de cualquier diplomático que llegaba a La Habana y que vivía en la Cuba de ese tiempo. Había claramente una estrategia de Batista de dar la apariencia de normalidad de la vida cultural, económica y diplomática.
Si hablamos de los temas de cultura no podemos dejar de mencionar que entre los proyectos que el gobierno tenía para celebrar el primer centenario del natalicio de José Martí, en 1953, estaba prevista la inauguración del Palacio de Bellas Artes, donde se instalaría el Museo Nacional, y la culminación de la construcción del gran monumento al prócer en la Plaza de la República o Plaza Cívica. Sin embargo, la prioridad constructiva que daba el régimen al monumento desató una nueva polémica en la prensa. Era lo que se discutía en el ambiente, además de la creciente oposición.
Así como esos temas que llamaban mucho la atención del embajador Bosques, él mismo, desde la embajada, tenía un plan cultural. Recordemos que fue un hombre culto, que escribía poemas, ilustrado, conocedor de la pintura mural y defensor del Taller de Gráfica Popular.
En los años de Batista él llevó a cabo la tarea de cualquier embajada, de difusión y promoción de sus mejores valores, e hizo todo lo posible porque, a pesar de la dictadura, pudo ser un conferencista experto en muralismo y arte precolombino.
Tenemos registrado en nuestros cuadernos conferencias sobre muralismo, en especial sobre Diego Rivera. Llama la atención cómo puso a México en los ojos del mundo y del corazón, decía Bosques; hablaba de la cultura mexicana como lo había hecho siempre. En estas conferencias, se observa a un embajador mexicano haciendo diplomacia cultural.
Hay también una nota muy interesante, un descubrimiento, literalmente un hallazgo: la presencia de José Luis Cuevas, el pintor y dibujante que hacía litografías desde temprana edad. Recupero en mis cuadernos que José Gómez Sicre, gran promotor cultural de aquellos años, invitó a José Luis Cuevas a viajar a La Habana y que se presentó en Bellas Artes, en el mismo edificio del Ministerio de Educación de La Habana. Una exposición de un Cuevas muy joven que había empezado a salir de México, el pintor de la Ruptura, como se le conoce.
Hay muchas maneras de identificar el activismo del embajador Bosques manifestándose por los centros culturales académicos de La Habana. No podemos dejar de mencionar su presencia en la Universidad de La Habana, invitado por sus amigos académicos, como Marinello, gran intelectual cubano también ligado al mundo cultural, quien promovió el acercamiento del embajador a esa institución; además, está la Biblioteca Nacional, donde hay testimonios que destacan su presencia.
Pero enfrentamos una paradoja, una realidad que se impone; tenemos a un embajador que hace vida diplomática normal por el día, y por la noche seguía recibiendo asilados que huían de la persecución descarnada de Batista, y que apoyaron el movimiento del 26 de julio; los que colaboraron y dieron soporte al movimiento; los que pertenecían a esa otra importante organización revolucionaria, el Directorio, a la triple A, más todos los políticos, no de rango nacional sino de rango local, que eran perseguidos por ser simpatizantes de la oposición.
Bosques vuelve a sus libros y a Pessoa:
¡El esfuerzo de sentir! ¡El esfuerzo de tener que sentir!
* Embajador de México en Cuba