ace 110 años que por estos días la revolución social estaba en la cresta de la ola: los caudillos surgidos del pueblo, los que impulsaban un proyecto democrático, popular y revolucionario, desfilaban en triunfo al frente de decenas de miles de ciudadanos en armas. Un año después, por estos días hace 109 años, los más poderosos ejércitos populares nunca vistos en América Latina habían sido destruidos y la Revolución social había sido vencida.
¿Por qué fracasó la revolución popular? Hace medio siglo la izquierda inició un notable esfuerzo intelectual para comprender al Estado mexicano y su mítico origen en la revolución. En buena medida lo lograron, pero entre muchos aportes y descubrimientos, los historiadores críticos concluyeron que la revolución popular había fracasado porque toda revolución social dirigida por campesinos está condenada al fracaso, pues los campesinos no son capaces de construir un proyecto de nación. Dice Adolfo Gilly que hubo un momento en que la marea campesina llegó a la superficie, y todo fue reivindicación y justicia agrarias, pero los dirigentes campesinos –Villa y Zapata– perdieron el control de los acontecimientos, porque cuando buscaron una expresión política de clase no la encontraron: Ejercer el poder exige un programa. Aplicar un programa demanda una política. Llevar una política requiere un partido. Ninguna de las tres cosas tenían los campesinos, ni podían tenerlas
. Arnaldo Córdova argumentó que fue la ausencia de una concepción del Estado y de un proyecto político lo que llevó a los campesinos a perder la guerra. No fueron capaces de ofrecer un programa alterno al creado por los constitucionalistas ni de luchar por el poder político, objetivo que, en el fondo, ni siquiera se llegaron a proponer y que cuando lo tuvieron a su alcance no supieron qué hacer con él
.
Sin embargo, a pesar de su derrota, fueron los ejércitos campesinos los que destruyeron hasta los cimientos del antiguo régimen y la continuidad estatal que Carranza hubiera querido preservar. La ocupación de la Ciudad de México por las masas campesinas fue, dice Gilly, la culminación que consolidó la confianza en sí mismas de las masas
y dio una conciencia nacional al campesinado de México. Nada más esas dos conquistas, imposibles de medir en términos económicos, valían los 10 años de lucha armada
.
Muy parecida es la conclusión de Córdova: mientras Villa y Zapata dominaron buena parte del país, México conoció el debate de los problemas nacionales más auténticamente representativo, popular y democrático que jamás haya habido a lo largo de su historia
, que se reflejó en el Programa de Reformas Político-Sociales de la Revolución, terminado en la primavera de 1916, cuando ya los villistas habían perdido la guerra, por lo que no fue otra cosa que el canto del cisne de los campesinos armados, el último testimonio de la sapiencia política de las masas populares, de su espíritu democrático
, y la confesión del error que causó su ruina, el no haber sabido o no haber podido luchar por el poder político, aferrados a su única demanda, la tierra, y al temor y la desconfianza que habían heredado de los gobiernos
.
Esta fatalidad histórica impregna prácticamente toda la historiografía y domina nuestra idea de la guerra civil de 1915: la imposibilidad de los campesinos para ganar la guerra. Por ahí discurre también el gran maestro Friedrich Katz y casi todos los historiadores del periodo.
Desde hace 10 años he tenido la osadía de discutir a mis maestros, mostrando el alcance de la estrategia diseñada por Villa y Zapata, estrategia que buscaba la aniquilación militar del enemigo. De la misma manera, y retomando a autores como los maestros citados, así como a Paco Taibo, Jesús Vargas, Felipe Ávila o Francisco Pineda, entre otros, he tratado de mostrar que la revolución campesina sí diseñó un proyecto de nación. Arnaldo Córdova escribió que en la soberana Convención –la villista y zapatista en México y Cuernavaca, no la de Aguascalientes– México conoció el debate de los problemas nacionales más auténticamente representativo, popular y democrático que jamás haya habido a lo largo de su historia
, del que resultó el Programa de Reformas Económicas y sociales de la Revolución, una tardía respuesta
a los problemas políticos y sociales que hasta entonces habían pasado desapercibidos para los campesinos rebeldes, respuesta que llegó cuando ya no podía aplicarse, pues la División del Norte había sido vencida en el campo de batalla. El Programa de Reformas es el canto del cisne de los campesinos armados, el último testimonio de la sapiencia política de las masas populares, de su espíritu democrático
. No me convence este último argumento: muchas otras revoluciones van definiendo sus programas en el camino de la lucha, no antes de ella.
Un estudio minucioso de la documentación de la época me ha convencido, tanto como podemos estar convencidos de los hechos del pasado, que Villa y Zapata iniciaron esa guerra en circunstancias desventajosas para su causa, sobre todo por razones económicas. Sin embargo, tuvieron la posibilidad de ganar y –a toro pasado es fácil decirlo– algunas decisiones erróneas cerraron esa posibilidad. Quizá la más importante haya sido la que tomó Pancho Villa al no exterminar militarmente en Colima a la columna de los carrancistas Diéguez y Murguía; o la de no enviar mayores recursos, o tomar personalmente el mando del frente de El Ébano. Como sea, perdieron la guerra.