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Posada: La vida no vale nada…
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espués de una sencilla ceremonia, finalmente fue sepultado en una de las fosas más sencillas del panteón de Dolores el 20 de enero de 1913. Al terminarse el contrato por el uso de la fosa, sus restos, que nadie reclamó siete años después, fueron arrojados a la fosa común.

El artista que mejor ha fijado la imagen de la muerte entre nosotros terminó como las calaveras de sus publicaciones: como una calavera del montón.

Pocos cronistas gráficos han sobrevivido con tanta vitalidad como José Guadalupe Posada. Su contacto con la gente común y su gran capacidad para fijar en imágenes de mucha fuerza escenas de la vida cotidiana, dieron origen a personajes como ese Saturno mexicano devorando a su hijo, o las calaveras que beben pulque, bailan y tocan música, así como su célebre Catrina, que año con año es el eje visual de la celebración del Día de Muertos, y son, sin duda, imágenes que han tatuado de manera indeleble nuestro imaginario.

Si a José Guadalupe Posada lo exhumó Jean Charlot del sepulcro de las hemerotecas y archivos, y Diego Rivera lo selló con fuego en la memoria colectiva en Sueño de una tarde de verano en la Alameda Central, hoy uno de sus descendientes más ilustres decidió rendirle un homenaje con una novela gráfica. Ojo por ojo, medida por medida.

El caricaturista Gonzalo Rocha cuenta que su interés por Posada nació mientras llevaba a cabo una investigación académica como estudiante de historia. Existen varios textos dedicados a Posada, pero más que datos ofrecen interpretaciones, me dice Rocha. Interpretaciones que no necesariamente nos acercan a la realidad de este artista notable. Así nació su interés por conocer más al grabador.

Posada: La vida no vale nada... Y la hoja suelta, un centavo es la novela gráfica con la que Gonzalo Rocha nos aproxima a este cronista de lo cotidiano, quien estuvo más interesado en dar cuenta del paso de los días que valerse del poder de la imagen para hacer política.

Tres son las imágenes icónicas de lo mexicano, según Gonzalo Rocha: el águila y la serpiente, la Virgen de Guadalupe y la Catrina. Las dos primeras son anónimas. La última se la debemos a Posada. Esa imagen quizá fue la última del artista. La grabó en 1912 en una placa de zinc para ilustrar el corrido de La garbancera. La calavera sonriente, desnuda, hasta el hueso, tan sólo está ataviada con un sombrero barrocamente adornado y será impresa en papel del más corriente un día de calaveras de 1913, casi un año después de su muerte, hecho francamente poético. La deja preparada y nunca la ve impresa. Otro hecho de justicia poética: en 1947 Diego Rivera la pintó y la rebautizó en uno de sus murales más importantes como la Catrina.

La novela gráfica, contada con imágenes francamente poderosas, toca puntos claves para aproximarnos al artista: a su infancia poblada de crímenes, a su muerte y a dos estampas que lo fijaron en el imaginario: El Chalequero (nuestro Jack El Destripador) y El baile de los 41.

Sin buscar hacer política en sus grabados como cronista gráfico, sin duda la hizo al retratar el baile de los 41, donde participó gozosa y activamente el yerno de Porfirio Díaz.

Todos los artistas son hijos de su tiempo, pero pocos se pueden desprender de él. En un mundo plagado de imágenes, no deja de sorprenderme cómo algunas se han tatuado en el imaginario colectivo y han logrado resemantizarse al paso de los años. Eso ha ocurrido con los José Guadalupe Posada. Su Catrina sigue siendo motivo para Hollywood y para el vendedor de papel picado que la reproduce el Día de Muertos.

Hija del arte del grabado, Octavio Paz vio en la Catrina la moda desde la perspectiva de Leopardi: la moda, hermana de la muerte. Su amigo André Breton vio en Posada a uno de los inventores del humor negro en las artes visuales, y ahora Gonzalo Rocha, la piedra fundacional del periodismo gráfico en nuestro país. No fue el único que sentó las bases, nos dice, pero sí quien a todas vistas es el cronista gráfico por excelencia de su tiempo. El grabado, técnica endiabladamente complicada, tiene una ventaja adicional sobre las otras expresiones plásticas: su capacidad de reproducción, su potencial para democratizar el arte para alcanzar a cualquiera.

Gracias a Posada sabemos de catástrofes y fusilamientos, leyendas, apariciones, accidentes, escándalos, crímenes que le tocó vivir. Gracias a Gonzalo Rocha y su novela, Posada: La vida no vale nada... Y la hoja suelta, un centavo, tendremos Posada para rato, pues, como todos los genios, siempre está hablando al presente.