a trayectoria de la poeta binnizá Irma Pineda, nacida en Juchitán, prolífica y con buena estrella editorial en un escenario nuevo, donde las escrituras en lenguas originarias ya tienen quien las publique, hace mucho bien a la atmósfera de la literatura mexicana en general, y en particular a la escrita en lenguas originarias. Su compromiso lingüístico con la palabra diidxazá (zapoteco del Istmo de Tehuantepec) reside en la inspiración de la lengua madre.
No menor compromiso tiene con las causas de su pueblo. Pertenece a la estirpe de luchadores sociales como su padre, desaparecido
en 1978 durante la guerra sucia, cuando ella tenía cuatro años. La impronta de Víctor Yodo le viene de origen y ha sabido honrarlo. Buscadora mental y ética del padre, deja ella misma una impronta para los que vienen atrás. Son varias las facetas de Irma, sus rutas. Pero su puerta de entrada a las cosas de la vida es la poesía, que también es decir el idioma diidxazá.
Sin exagerar los tonos de un optimismo relativo, algo no tan malo está pasando en este México de lacerante violencia interna, desigualdad social y acoso imperial, si alguien como Irma Pineda puede, según su entrevistador de largo aliento, Francisco López Bárcenas, tener tal presencia y repercusión como creadora y figura pública: La imagen que tengo en mi cabeza para hablar de ella es la del poeta que dice que hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan, porque interactúa mucho con el poder, pero no les hace el juego
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Maestra en un sentido más vasto que el de Víctor Yodo, creció en las aguas de la lucha coceísta. Él fue docente y líder de la Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo (Cocei) en sus años de brillo y heroísmo. Irma ejerce otra clase de magisterio, de alcance nacional y ya con tablas internacionales.
Ha sido afortunada en su creación, en sus comentarios y análisis referido a las comunidades originarias de México, en sus ensayos literarios, en sus tratos con el poder cultural y político. Hoy es diputada local en Oaxaca. Hace no mucho era impensable una mujer indígena con su rango de acción pública. No es la única, pero quizá sí una de las que llegan más lejos. De su compromiso aprendieron poetas más jóvenes que también se queman las pestañas en el activismo comunitario, como Mikeas Sánchez, Martín Tonalmeyotl o Hubert Matiúwàa.
Es pionera de este fenómeno contemporáneo de las nuevas literaturas en las lenguas mexicanas que precedieron al español, fenómeno que ha llegado a los foros, a las antologías, a los premios, a los festivales, a las universidades, sumando un corpus inédito y extraordinario que crece a contracorriente de las amenazas de extinción de muchas lenguas del país. Irma alguna vez me confió que su primera publicación de poemas bilingües fue en Ojarasca, hacia 1999. Todo un honor. Era difícil creer que eso tuviera verdadera importancia para el público lector. Han pasado menos de 30 años y el panorama, repito, es muy otro y muy alentador pese a todo.
Entre los abalorios de su buena estrella, Irma hereda con naturalidad orgánica una tradición literaria y bohemia única. Los binnigula’sa’ ya traían un siglo a cuestas de creación en su lengua, canto y danza. Ella misma ha escrito sobre esta tradición y del inigualable magisterio de Andrés Henestrosa, Víctor de la Cruz y Macario Matus, en aires emanados de Gabriel López Chiñas, Nazario Chacón Pineda, Pancho Nácar, Enrique Liekens. Piénsese además en la experiencia cultural que experimentó Juchitán desde los años 70 del siglo XX, la Casa de la Cultura, el motor deslumbrante de Francisco Toledo, la revista Guchachi reza/La iguana rajada, la cercanía de Elisa Ramírez Castañeda, Graciela Iturbide, Rafael Doniz, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y otras figuras ejemplares de la cultura y el arte en el periodo.
Irma Pineda no salió de la nada. Tampoco es la primera, ni será la última. Viven las voces diidxazá de Víctor Terán, Natalia Toledo, Víctor Cata, Elvis Guerra, Gubidxa Guerrero, Gerardo Valdivieso, así como el vecino lingüístico y gran poeta Esteban Ríos Cruz. No se extinguen las voces de Rocío González y los mencionados Matus y de la Cruz.
Es una poeta moderna. Sus libros abren puertas y heridas por sanar. Mencionó tres. La terrible experiencia de la guerra sucia, la militarización y el abuso domina La flor que se llevó. La migración con sus penurias y fracasos se expresa en La nostalgia no se marcha como el agua de los ríos. Una sensualidad frutal y festiva transcurre, uno diría que escurre, en Rojo deseo. Traducida a seis o siete lenguas occidentales, además de que toda su obra diidxazá también está en español, ella ha llevado al idioma istmeño escritos de otros (tampoco en eso es la primera) y nos ha traído al español a Pancho Nácar y la tradición oral de su tierra.
Tan buena es su fortuna que hoy estamos aquí celebrándola, y no sabemos qué nuevas funciones o acciones de carácter público la esperan en este tiempo que, dicen, es de las mujeres. Algo hay de eso, que ni qué. Pero la verdadera fortuna es tener a la poeta Irma Pineda entre nosotros.