ste año que ha pasado, ha sido el 65 para Cuba desde el triunfo de la revolución. Un recuento que se hace necesario, tal vez hoy más que nunca. Arnaldo Orfila, el creador de Siglo XXI Editores, cada año viajó a Cuba y cada año al escuchar asombrado los relatos cotidianos de aquella portentosa transformación, pedía a todos que lo escribieran, buscaba seguramente un relato apasionado al estilo del Año 1 de la revolución rusa, de Víctor Serge, o los Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed. Ese portentoso movimiento de un pueblo que ha echado a andar radiante, apasionado, lleno de vitalidad creadora y fuerza, es lo que nos permite seguir creyendo en la humanidad en estos oscuros días que vivimos, mirando en los medios las imágenes de un genocidio brutal, sostenido por las más reconocidas democracias occidentales
.
La revolución cubana irrumpió en el horizonte social como un tremendo fogonazo de vida y esperanza. Un torrente de pueblo en decisión vino a cambiar las realidades de aquel momento en una América Latina sumida en dictaduras fomentadas desde la recién creada OEA o en gobiernos como el alemanista en México. Un mundo que, impotente, veía desplegarse la guerra fría y la carrera nuclear armamentista. Incluso para las izquierdas dilapidadas en las disputas por el reconocimiento como vanguardia
desde sus diversas Internacionales, representó una reconfiguración decisiva.
Aquel histórico día en que resonó la voz de Fidel rechazando la mediación traidora y llamando a la huelga y movilización, el pueblo entero se echó a las calles. Pero no buscaron venganza contra los esbirros, sino justicia; no hubo destrozos ni saqueos, los jóvenes rebeldes se organizaron; Camilo y el Che llegaron; se estableció la comandancia. Todos esperaron la entrada triunfal del ejército rebelde. Una sensación de inmensidad recorrió a La Habana aquel día. La historia encarnó en aquel pueblo determinado a conquistar su libertad. La gran transformación inició con las palabras de advertencia de Fidel: no crean que todo está resuelto, hemos triunfado, sí, pero ahora empieza lo más difícil y explicó lo que habría que enfrentar: “Decir la verdad es el deber de todo revolucionario… Mientras más extraordinaria era la multitud que acudía a recibirnos, más grande era nuestra preocupación, porque más grande era nuestra responsabilidad”. Era la primera vez que el pueblo escuchaba la verdad necesaria y directa. En las casas colgaban letreros que decían Esta es tu casa, Fidel
.
Comenzó el periodo del desbroce
para eliminar toda la lacra y yerba podrida que prosperó en un país donde los marines estadunidenses podían orinar la estatua de José Martí. La necesidad de justicia frente a la brutal represión y asesinatos fue el primer acto de reparación. Se instalaron los tribunales revolucionarios y populares para juzgar a los asesinos, los procesos fueron televisados y se conoció en detalle la barbaridad desplegada. Se incautaron los bienes malversados de militares, políticos, dirigentes sindicales mujalistas ( charros) y se configuraron espacios sociales. Se creó el departamento de Lacras Sociales que cerró casinos, desde los lujosísimos hasta los garitos, prostíbulos de lujo y decadentes, se creó la escuela para prostitutas en una finca de Batista. Se cerraron todos los cuarteles del ejército en la isla y se convirtieron en escuelas. Las grandes mansiones recuperadas también se convirtieron en escuelas.
El mayor acto de restitución y justicia fue la Ley de Reforma Agraria, proclamada el 17 de mayo en el pequeño poblado de la Plata. La reforma agraria era y sigue siendo la mayor reivindicación en nuestra América, impulsora de incontables luchas por eliminar las estructuras coloniales y neocoloniales de la explotación. Esta reforma nodal constituyó el núcleo central de organización del futuro estado que surgió a partir del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) a partir de la eliminación de la estructura de dominación financiera azucarera cubano-estadunidense. Del INRA salió el jefe del departamento de industrialización, Ernesto Guevara, para ser el presidente del Banco Nacional.
Una gran marejada de alivio creador se fomentó con la temprana creación de los espacios culturales: el 15 de marzo se creó la Imprenta Nacional, bajo la dirección de Alejo Carpentier, y el 24, el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica, dirigido por Alfredo Guevara, que a su vez inauguró el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. El 28 de abril abrió sus puertas a los escritores, poetas, pintores la trascendente Casa de las Américas, encabezada por Haydée Santamaría.
Para responder a los ya frecuentes embates terroristas, sabotajes, vuelos rasantes y todo el ruido atronador que desplegaba Estados Unidos, se crearon las Milicias Revolucionarias, que fueron el frente popular de resistencia y defensa de la revolución. La experiencia comenzó con un pequeño grupo de patrulleros en Viñales que querían ser entrenados y armados para detener a una banda de contras que empezaba a rapiñar en la zona. Fidel los llamó los malagones
por el apellido del jefe y les prometió que si lograban su objetivo se crearían las milicias. El 26 de octubre nació el pueblo armado que derrotaría al imperialismo en todos sus intentos.
*Investigadora de la UPN. Autora de El Inee