a fastuosa ceremonia de la reapertura de Notre-Dame reanima, de inmediato en la memoria, las llamas que lamieron con voracidad las gárgolas y las paredes orientales de la catedral de París durante 15 horas de los días 15 y 16 de abril de 2019.
La tarde de ese 15 de abril era primaveral. El aire tibio invitaba al paseo. Al entrar en un café junto a mi casa, situado en una calle curva que desemboca frente al Sena, justo a los pies de la catedral de París, el patrón del establecimiento me dijo que había un incendio en Notre Dame. Sin prestar atención a sus palabras, imaginando unas cuantas llamas en alguno de los altares laterales de la catedral, donde los fieles encienden veladoras a sus santos preferidos, me dirigí a la mesa donde tengo costumbre instalarme. De reojo, vi en la pantalla de un televisor encendido las imágenes del incendio en Notre Dame. No terminé de sentarme cuando me erguí para correr en busca de Jacques, quien se había dado cita en otro café con un amigo. Como yo, cuando escuchó que la catedral ardía, no pudo imaginar el monumental y pavoroso incendio.
Al ver correr a muchas personas hacia el Sena, del lado sur de la rama del río donde se levanta Notre Dame, hicimos lo mismo. A la vuelta de una esquina, apareció la visión infernal, si se cree, como propone la tradición, que el infierno es una inmensa hoguera en la que arden los condenados. Cuando vi desplomarse la flecha de la catedral, corrí a casa. Creí anunciar el incendio de Notre Dame a La Jornada. Socorro contestó la llamada y me dijo que estaba viendo las imágenes de las llamas en la televisión: el mundo entero estaba al corriente del incendio que devoraba la catedral de París.
Restaurar Notre Dame, reconstruir y erigir la parte de su techo desplomada, para volver a levantar en él la flecha con su gallo en la punta, se presentaba como una obra titánica, en el sentido estricto de este vocablo inspirado en los titanes, hijos de dos dioses primordiales como son Urano y Gaia. El desafío fue lanzado y aceptado. Y cinco años después del trágico desplome, la apuesta ha sido ganada: la flecha se yergue de nuevo hacia el cielo con su gallo en la punta del astil.
El gallo galo es un símbolo alegórico y un emblema de Francia, ligado al comportamiento habitual de esta ave, a su penacho y su carácter. Aunque el simbolismo del gallo se remonta a la antigüedad, es una imagen cristiana que se levanta en los campanarios de las iglesias y también de valentía, erigida sobre numerosos monumentos a los muertos durante las guerras mundiales.
El gallo posee diferentes rasgos de carácter que se deducen de su comportamiento, entre los cuales sobresalen algunos elementos que lo distinguen: anunciante del día y del fin de la noche con su canto; orgulloso, conquistador, agresivo, siempre turbulento. La ley del 9 de abril de 1791, bajo la Revolución, lo califica de símbolo de vigilancia
.
Cabe señalar que la restauración de la flecha se extendió a otras partes de este monumento que es Notre Dame y los visitantes que ya habían penetrado en la catedral quedarán sorprendidos ante la actual blancura, casi nívea, de sus paredes, sus columnas, sus estatuas.
La inauguración
de Notre Dame, que abre sus puertas de nuevo a creyentes y no creyentes, es un verdadero espectáculo, una ceremonia y una fiesta única a la que asistirán las más diversas personalidades, como el futuro presidente estadunidense Donald Trump y su riquísimo amigo Elon Musk. Personajes cuyos nombres resonarán algún breve tiempo antes de ser olvidados: “¿Qué se fizo el rey don Juan / los infantes de Aragón qué se ficieron?”, mientras la catedral de París seguirá en pie a pesar de las llamas que lamieron sus muros, vidrieras, esculturas, lámparas, órgano.
¿La Resurrección no es el triunfo de la redención de los hombres gracias a la crucifixión del Hijo de Dios? Esta noche asistimos a la resurrección de Notre Dame bajo el cielo azul de París.