l pasado 2 de diciembre vse celebró en Madrid un foro organizado por una fundación de nombre Neos, donde participó Felipe Calderón, quien emitió una anodina perorata para resaltar la hermandad entre México y España, con base en lugares comunes que, más o menos, cualquier mexicano aprende en la educación básica.
Pero muchas veces, como sucede a un biólogo analizando un virus, no hay que enfocarse en el sujeto, sino en lo que lo rodea, para entender mejor la situación. Lo importante del discurso de Calderón no fue su contenido, sino su entorno. Y ahí resalta que el objetivo de la fundación Neos es promover las pulsiones básicas de la ultraderecha católica: la subyugación de la vida pública al puritanismo religioso (pues se oponen a los derechos reproductivos), la incapacidad de entender la pluralidad humana (pues se oponen a la diversidad sexual) y una visión conspirativa de la realidad (pues se oponen, como cualquier antivacunas, a una supuesta Agenda 2030
).
Calderón estuvo rodeado de personajes reveladores, donde destacó la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, del Partido Popular, quien también exaltó los lazos con México con una salmodia grisácea, cuya parte memorable fue un gesto de risible ignorancia, porque acusó que “los gobiernos que odian lo español terminan convirtiéndose en tiranos o narcoestados”, o cosa parecida. Quizá nadie le informó que el último gobierno plenamente documentado al servicio de un cártel en México fue el de Calderón, ahí a su lado, cuyo brazo derecho recién fue sentenciado a décadas de cárcel por narcotráfico.
El foro de Neos fue una reacción malinformada contra la reciente postura del gobierno mexicano, tanto de AMLO como de Claudia Sheinbaum, que solicitaron a España restañar simbólicamente heridas en un pasado común. Pero en ese acto despuntó más la esencia de Neos, que es la misma que la de varios movimientos reaccionarios desde la Revolución Francesa: la tesis insostenible de que Europa debe ser un espacio blanco y cristiano.
En la misma semana del foro de Neos se celebró también otra edición de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), en Buenos Aires, Argentina, espacio donde también hubo presencia mexicana, con el actor Eduardo Verástegui (representante de ese sector social que parece querer lavar culpas personales mediante la imposición de una moralina intransigente) y con Ricardo Salinas Pliego, representante de una especie de derecha libertaria en nuestro país, cuya prioridad en la posguerra fría es dar la batalla cultural
, es decir, promover la contracultura reaccionaria (o sea misoginia, racismo, loas a la desigualdad) y bravatas anti-Estado, que no son más que pulsiones conservadoras pero enmascaradas de rebeldía mediante la denominación de incorrección política
.
No extrañó que Salinas Pliego omitiera en su arenga las vías por las cuales se ha hecho millonario, y que son haber recibido a la mala una ex televisora estatal y, al igual que su padre, confeccionar vías para evadir impuestos. Así se puede entender mejor lo que este grupúsculo entiende por libertad
, que no es más que exigir complacencia ante el abuso.
Sin embargo, al igual que Calderón en Madrid, lo importante no fue el contenido del discurso de Salinas Pliego, sino el contexto de su foro, donde destacó la participación de Javier Milei. El mandatario argentino retomó la definición de batalla cultural
, lanzó una estrambótica diatriba contra el socialismo
e insinuó un encasillamiento ahí a los últimos 100 años de historia argentina y, como corolario, expelió una prédica geopolítica maniquea contra los gobiernos zurdos
–desde Boric hasta Maduro–, tesis que complementa otra dicha previamente por el histrión argentino, cuando el 15 de noviembre planteó la necesidad de una alianza entre Estados Unidos, Italia, Argentina e Israel (o sea el xenófobo Trump, la posfascista Meloni, el sanguinario Netanyahu y él) contra los peligros de la izquierda
y la custodia del legado occidental
.
Así, el discurso del libertario de la nueva derecha
no difiere de las ansiedades paranoicas que rigieron el pensamiento conservador desde el siglo XVIII, salvo por algo: su alabanza al actual gobierno de Israel, acaso por dos razones: el protagonismo de la islamofobia en el imaginario de las derechas tras el 11/09/2001, y porque las hermanan con el sionismo religioso de Netanyahu dos premisas deshumanizadas: el supremacismo y la crueldad.
Ahí, Milei dejó en claro que en Neos y la CPAC rige un denominador común: la noción maniquea de un Occidente cristiano acosado por, sucesivamente, los bárbaros o los árabes
, más otros enemigos, y que cruzó el atlántico para civilizar –o sea, colonizar– América, como hizo España con México.
¿Qué distingue, pues, a las derechas de Neos y de la CPAC? Sólo formalidades: mientras en Madrid se reunieron las derechas partidistas tradicionales, en Argentina lo hicieron las que se creen outsiders sin serlo, pues sin alianzas con los miembros de la casta
o el Estado se mantendrían en la marginalidad. La cercanía de ambos foros parece dar cuenta de lo que distingue a las derechas clásicas de las radicales: el grado de intransigencia para defender un proyecto antigualitario similar y a que las segundas –con exabruptos estilo zurdos de mierda
o viva la libertad, carajo
– dicen lo que las primeras piensan pero aún no se atreven a azuzar en voz alta.
*Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional