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Un hombre diferente
E

n Un hombre diferente (A Different Man, Aaron Schimberg, 2024) descubrimos en un Nueva York sombrío a Edward (Sebastian Stan), un hombre solitario y tímido, comediante de teatro con escasa fortuna, reducido a participar en programas de asesoría a personas con enfermedades congénitas similares a la suya. Edward padece una neurofibromatosis, desorden genético poco común que le desfigura el rostro saturándolo de protuberancias semejantes a tumores, sin que ello disminuya en absoluto sus habilidades físicas o mentales. Se trata, en suma, de un hombre común a quien la mirada ajena transforma en objeto de curiosidad morbosa cuando no en un fenómeno de feria. Súbitamente, su existencia da un giro inesperado y venturoso al conocer a la joven Ingrid (Renate Reinsve), nueva vecina suya, quien después de un primer sobresalto al verle, se muestra sorprendentemente obsequiosa y empática. Un detalle interesante: Ingrid es una dramaturga en busca de una trama dramática atractiva y el taciturno Edward, con su vulnerabilidad emocional, su deseo de ser aceptado y, en lo posible, amado, se le presenta como un modelo ideal para una futura obra de teatro basada en su vida y en la singularidad de su padecimiento.

El realizador, Aaron Schimberg, parte de una premisa que de modo simplista remitiría al muy manido relato de La bella y la bestia, para luego ofrecer un giro narrativo afortunado que guarda más de una similitud con lo explorado por la francesa Coralie Fargeat en La sustancia, su cinta más reciente.Edward acepta someterse a un tratamiento experimental que lo librará de la apariencia monstruosa de su cara, dejando paulatinamente al descubierto la lozanía casi inmaculada de un rostro nuevo. A partir de este momento, el relato del también guionista Schimberg cobra una dinámica más ágil y propone una situación insólita que no conviene anticipar aquí, pero que conduce a la película a explorar y cuestionar de modo perspicaz los pretendidos privilegios del atractivo físico, los prejuicios que genera el no ajustarse del todo a los estándares de belleza impuestos, y los mil artificios con los que una industria cosmética y un batallón de cirujanos plásticos intentan contrarrestar las desigualdades de una injusta repartición de la excelencia física. Nada muy distinto de lo que propone Coralie Fargeat en La sustancia, con la excepción del elemento gore que, con sus excesos, lastra tanto el contenido provocador de su película.

En cambio, en Un hombre diferente campea, en su segunda parte, un humor satírico bien orientado y definido que reposa en el increíble carisma de un personaje, antítesis perfecta de Edward, aunque, como él, también aquejado del mal de la fibromatosis. Se trata de Oswald (Adam Pearson), un hombre seguro de sí mismo, con un encanto a veces excesivo y la cordialidad espontánea de un espíritu irremediablemente gregario. Queda claro: lo que mejor maneja Schimberg en su cinta es el juego de identidades, la dualidad contrastada de dos personajes interpretados con brillantez por Sebastian Stan (el joven Donald Trump en El aprendiz, del iraní Ali Abbasi, 2024), y por el británico Adam Pearson, intérprete notable en Bajo la piel / Under the Skin, de Jonathan Glazer, 2014). Cabe señalar, como dato interesante, que este último comediante padece en la vida real el mismo mal congénito que muestra la cinta. Y añadir también que el recobrado rostro atractivo de Edward, así como su nueva identidad bajo el nombre ordinario de Guy, no le despojan del todo de su antigua calidad de paria social. Ante el espejo, su transformación providencial sólo arroja la dura realidad de un canto de cisne –el último acto de su infrutuosa y efímera recuperación de una belleza perdida–.

Se exhibe en Cineteca Nacional Xoco, Cine Tonalá y salas de Cinemex.