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Isocronías

Arte poética

E

ntre mi yo y mi yo, el puente del poema.

Poema que no induzca un estado poético, ¿qué poema será?

El estado poético, que te saca de ti, te mete en ti.

Registro de un estado poético, todo poema, pero no menos incentivador del que vendrá, del estado o estados poéticos que, a no dudarlo, vendrán.

El sin tiempo de todo estado poético es a la vez, o así parece, un manantial de tiempo, quizá de tiempos.

Decirse poeta es más o menos fácil (y en más de un modo traicionero); decir poesía tiene su complejidad, que actúa, curiosamente, desde la naturalidad.

Del poema se sale como de una matriz.

Del tamaño del silencio que genere tu poema (olvídate de los aplausos) será su calidad.

El poeta es a la vez un receptor y un dador, de la poesía que recibe y la cual está obligado a dar, a transmitir, lo más –no es nada fácil– limpia o discretamente posible.

Un poema puede ser aparatoso como una feria o sencillo como una libélula, el caso es que, aparatoso o simple, vivo esté.

Atravesar los instantes como una serie de umbrales podrá sonar entre solemne, soñador e ingenuo, mas las palabras del poema parece o pareciera que eso hacen.

Si el decir del poema no supera al poeta no habrá ironía al indicar: poeta non habemus.

Distinguir entre el ser y el estar es deber del poeta, que escribe cuando es, no cuando está, o bueno, cuando está siendo.

Entrar en un estado de poesía puede muy bien resultar encantador, pero no siempre. La belleza es encantadora; la sublimidad, y a eso se acercan, a eso van los poetas mayores, pudiera ser terrorífica.

La poesía no se escribe, se transcribe.