Opinión
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¿Con qué armas, mio Cid?
H

ugo Galán, joven casi treintañero, caído en la vorágine trabajo-pareja-deporte-amigos-inseguridad, creyéndome experto, me preguntó: Aun considerando la disparidad de los dos países, ¿cómo caímos en este callejón trumpiano?

Me di tiempo para ordenar mi contestación largando un rollo de estilo académico. Me lancé: “Todo proceso de análisis y prospectiva implica partir de un acto de honestidad que organiza el cómo se generó la situación.

“Escucha: no llegará la sangre al río, Trump está poniéndonos ante una situación antes seguida por otros cuyo modelo fue acuñado por Nixon e imitado por Reagan y los dos Bush. Respaldaban su plan los halcones del Potomac: CIA, FBI, DEA, departamentos de Estado, Comercio, Seguridad Interior y Migración. Con actores distintos el drama es el mismo, Trump tampoco comerá lumbre.”

Encarrerado, dije a Hugo: recordemos que en el fondo del escenario los interesados progenitores son los mismos, la industria bélica, la de High Tech, la de telecomunicaciones y los acereros. Como ves poco hay nuevo.

El treintañero volvió a la carga, reinició exigiendo respuestas, yo me refugié en una cara histórica: algo o mucho, nos falló en las políticas esenciales durante muchos años que hasta hoy reconocemos. Nada surgió de pronto, todo tuvo su génesis que no vimos.

Un día perdimos el paso, nos transformamos de ser un Estado de vocación social, a uno neoliberal, individualista, consumista, demandante y consecuentemente miope respecto del indispensable sustento: la paz social. Entonces volvió Hugo a atacar: ¿Con qué armas, mio Cid?

Este abandono de la óptica social creó fisuras no previstas. Toda transición rápida como la nuestra, de los 40 a 70, trajo traumas sociales y económicos que incendiaron al campo, universidades, sindicatos y más. Así nos hicimos más vulnerables.

La política exterior con Videgaray y Ruiz Massieu fue espacio para una insignificancia nunca observada. Presunciones, viajes y visitas sin propósito ni consecuencias y, lo más grave, el aislamiento de nuestros hermanos latinoamericanos y caribeños. África, relegada; Oceanía, inexistente, y un perverso anticubanismo ahistórico. Su consecuencia fue perder la admiración que se tenía por México y con ello perdimos potencia política.

En aquellos ayeres la complejísima política interior nunca fue comprendida como instrumento de democracia. Se limitó a controlar dispensando dinero, puestos, privilegios o corrupción y represión. Se simuló fortalecer a las instituciones de seguridad.

Los procesos económicos fueron un desastre, si se recuerda que se nos aplicó el Fobaproa, se esfumaron los grandes ingresos petroleros y las remesas de los transterrados. El dinero se dilapidó, se botó sin medida ni control y ello nos llevó a la fractura actual que causó no sólo un fracaso económico, sino una vergonzosa concentración de capital. Hay más millonarios que nunca y son más ricos también que en todo tiempo anterior.

Como resultado de esto, mutamos de ser una nación respetada, con orgullo e idea de futuro, a una poco estimada y vulnerable. Dicho en corto, fue una época sin una perspectiva histórica. Lo más delicado, lo más íntimo como nación es que su fe, su orgullo, se extraviaron. Cómo reclamar ser respetables teniendo cuatro ex presidentes en el exilio y un puño de gobernadores tras las rejas. Entonces, ¿con qué armas, mio Cid?

En su conjunto, lo que estos estilos produjeron fue una enorme vulnerabilidad ante el extranjero. Trump no lo es todo en el dramático binomio que hoy nos ofende. Necesitó como rival a un ente débil en todo sentido y lo encontró a su complacencia. Él es más prepotente en la medida que acusemos flaqueza.

Este es el país que le gustó a Trump para mostrar sus furias y así advertir al mundo por dónde y hasta dónde irían sus alcances. En otros escenarios él conoce sus límites. Putin, sagaz y profundo, como buen ruso, juega al gato y al ratón. Por eso quien crea en una conflagración mundial es que leyó demasiado a H. G. Wells.

Ante eso, el callejón en que nos encontramos es de tal magnitud que nadie se ha atrevido a predecir su especie y tiempos. Se está aún en la etapa preliminar a algo. Conociendo a ese Goliat cómo llegamos a tal grado de vulnerabilidad.

Es una verdad que, a falta del poderío militar o económico, que son los otros pilares de los países fuertes, México hacía descansar su reciedumbre, su capacidad para influir en actos de peso internacional, en su gran prestigio. Enorme verdad. Así pudo sostener sus principios, lealtades e intereses durante décadas y tener una respetada imagen, voz e influencia ante el mundo.

Si esta somerísima reflexión fuera acertada, ¿Cómo recuperar ese nivel de dignidad, respeto y confianza? ¿Cómo acortar el tiempo que, si ha sido largo en la destrucción no lo fuera en la reconstrucción? ¿Cómo, Hugo?, sólo creando un David.