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África: ¿inversiones envenenadas?
E

l presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, presentó ayer un plan estratégico para reforzar los vínculos económicos y diplomáticos hispanoafricanos, bajo la premisa de que África ya es un socio clave para España y su importancia seguirá creciendo en los próximos años. Por su parte, el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, realizó la primera visita de un mandatario estadunidense a Angola, donde promovió inversiones para la remodelación de mil kilómetros de vías desde la costa angoleña hasta el interior de la República Democrática del Congo y de Zambia, zonas ricas en yacimientos minerales, en lo que el demócrata denominó el mayor proyecto ferroviario de Estados Unidos en el extranjero.

Claramente, estas acciones forman parte de los planes occidentales para recuperar la influencia sobre África que en el presente siglo han perdido a manos de Rusia y de China, con la cual compiten por el control de recursos estratégicos, incidencia geopolítica y mercados para sus respectivas exportaciones. Los recientes cambios de régimen en antiguas colonias francesas que ahora acogen a militares o mercenarios rusos ilustran el retroceso de Washington y sus aliados, lo que también puede constatarse en el hecho de que Biden acudió a ofrecer 2 mil millones de dólares, mientras hace tres meses Pekín comprometió 50 mil millones para los próximos tres años.

A la vez, el viraje africano de la Casa Blanca y la Moncloa refleja las dificultades de ambos en América Latina, como dejó traslucir Sánchez al reconocer que África ya rebasó al ámbito latinoamericano como socio comercial de Madrid. El deterioro de las relaciones estadunidenses y españolas con América Latina responde al incesante injerencismo en los asuntos internos del subcontinente, a la renuencia a deponer sus actitudes imperialistas y a la obcecación en imponer su voluntad a naciones soberanas, todo lo cual se traduce en cortocircuitos en la interlocución como el que vivió España en la última Cumbre Iberoamericana, a la que acudieron los dos jefes de Estado ibéricos, pero ni uno solo de este lado del Atlántico, salvo el anfitrión, el devaluado Daniel Noboa. Por ello, el renovado interés por África puede ser benéfico para América Latina en la medida en que atempere las ansias intervencionistas de las potencias occidentales entre nuestros países.

Ciertamente, las recientes orientaciones hacia África de Washington y Madrid pueden traducirse en políticas favorables para millones de africanos; por ejemplo, con el refuerzo de los sistemas de formación profesional ofrecidos por Sánchez, así como con el programa para facilitar la regularización de migrantes indocumentados como parte de los esfuerzos para hacer frente al envejecimiento de la sociedad española. Sin embargo, los dirigentes y los ciudadanos africanos deben estar atentos a los peligros políticos, financieros, sociales y ambientales que entraña la presencia occidental, tanto por la lógica colonial que mueve a funcionarios, empresarios e inversionistas de los países ricos como por la naturaleza de los proyectos que impulsan: en el caso del ferrocarril que fue protagonista en la visita de Biden, está claro que su trazado no responde a las necesidades locales, sino a los intereses de las grandes mineras que por décadas saquearon las riquezas del continente y que dejaron tras de sí devastación ecológica, guerras civiles instigadas desde Washington, Londres o París, gobiernos corruptos y violentos, y cientos de miles de muertos y enfermos por las condiciones de trabajo inhumanas en los tajos.

En tanto manejen con inteligencia y firmeza el flujo de inversiones de sus socios occidentales, los estados africanos pueden encontrar en ellos el capital tan necesario para superar el atraso en que los sumieron siglos de colonialismo y neocolonialismo.