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Viridiana
E

ra 1961, el dictador Francisco Franco tenía 69 años y el cineasta Luis Buñuel, 61; la censura española lo consideraba un cartucho quemado que quizá quería establecerse definitivamente en su tierra natal. Por lo demás, Viridiana, la cinta que quería filmar en España, hablaba de una mujer devota, una novicia que se mantenía en su fe y en sus principios. Les preocupaba el final de la cinta, porque al llegar Viridiana a la puerta de su primo, quien estaba en la cama con la sirvienta, Ramona, ésta salía precipitadamente sugiriendo que la recién llegada ocuparía su lugar. Buñuel cambió el final sin problema. En la última escena aparecen Viridiana, el primo y Ramona jugando cartas y todos felices.

Viridiana se filmó totalmente en España, financiada por Gustavo Alatriste. Con el cambio del final del libreto la censura se dio por satisfecha. Pero Buñuel incluyó una escena fuera del guion: la cena de los pordioseros.

Viridiana es una de las cintas más emblemáticas de Luis Buñuel; marcó su retorno del cine en España en plena dictadura de Franco. Los republicanos lo repudiaron porque consideraban que validaba al dictador, pero su exhibición en el festival de Cannes terminó por reivindicarlo.

La escena donde un grupo de vagabundos aprovecha la ausencia de los dueños de la casa para hacer un festín fue una bomba para el Vaticano. En la escena, un leproso parafrasea la Biblia, y cuando decide sacarse una foto, semejan la Última cena de Leonardo. Un ciego y desarrapado vagabundo es el centro de la imagen. Si la cinta cuenta la historia de la vocación suspendida de una novicia a causa de la tensión erótica, la cena de los desarrapados le valió la condena del Vaticano. La dictadura franquista ordenó la destrucción de la cinta, pero Silvia Pinal sacó una copia entre sus ropas y viajó a Francia. Octavio Paz decía que las películas de Buñuel nos abren los ojos a lo que no vemos con claridad y que rige el deseo sexual, la tensión amorosa, el ejercicio del poder.

Silvia Pinal me confió en su casa del Pedregal, hace un par de años, que inicialmente la escena de los vagabundos no le gustó, y se lo dijo al cineasta. Buñuel pidió que se llevaran a la Pinal a otra zona del set, aunque finalmente vi que era una maravilla. La cinta se estrenó en el Festival de Cannes en 1961, y fue premiada.

La respuesta del Vaticano fue contundente. El fiscal del tribunal de Milán ordenó el secuestro de dicha cinta, pues la película se revelaba en su conjunto ofensiva para la religión del Estado. Negaba validez de los preceptos religiosos y el escarnio de los símbolos de la religión misma. Hay una escena, apuntaba el documento, “donde aparecen con una clara intención escarnecedora un grupo de lisiados e inválidos, en medio de los cuales se encuentra un ciego, sentados a una mesa puesta y en una disposición y actitud tales de sugerir al espectador la representación de la Última cena, mientras frente a dicho grupo una mujer, levantándose las faldas, muestra sus partes íntimas”. Esa escena, me dijo Silvia Pinal, se armó con técnicos y gente de limpieza del rodaje.

Silvia Pinal decía que Buñuel no la buscó. Que ella lo buscó a él. Quería trabajar con un director de primera línea. Además, le gustaba mucho su sentido del humor. “Me enseñó otro mundo; me sirvió muchísimo. Me enseñó el o el no mágico del cine. Me enseñó a decir que yo era buena actriz. Fue maravilloso. Aprendí mucho, él era el rey; él era el amo. Él era el que te podía enseñar. Todo era aprender, aprender, aprender. Me sirvió mucho”.

Pocas actrices han sido tan polifacéticas como ella.

Silvia Pinal hizo sus pininos en la radio, hizo teatro y teatro musical con gran éxito; debutó en el cine con Cantinflas, después trabajó con Buñuel y fue pionera de la televisión para visibilizar como no se había hecho la terrible cotidianidad de las mujeres en nuestro país. Todo esto hizo de Silvia Pinal no sólo una estrella cinematográfica, sino nuestra última diva.