Gustó el toreo candente del sevillano Juan Ortega, superado por el temple del matador Juan Pablo Sánchez
Lunes 2 de diciembre de 2024, p. a35
La falacia de los positivos no tiene desperdicio: la mejor manera de apoyar a la fiesta de los toros es asistir a las plazas
. Es decir, no importa el concepto de espectáculo que ofrezcan los arriesgados empresarios: usted vaya y pague por ver lo que le den. ¿El resultado? Que la gente, que a principios de año hizo tres entradones consecutivos en el coso de Insurgentes, poco a poco se ha ido alejando, pues como dijo el maestro Paco Gorráez: la gente no conoce, pero siente
, y si bien ese sentir se ha desplazado de la bravura sin adjetivos al esteticismo de los divos, la bravura aún es imprescindible para que los públicos sientan y regresen por más emociones.
En la quinta corrida del antojadizo serial las cosas pudieron haber salido peor. Cómo habrán estado las tres reses rechazadas del hierro de Montecristo que tuvieron que traer otras tres de Pozo Hondo que a la postre no se prestaron para el lucimiento del aguascalentense Juan Pablo Sánchez (32 años, 14 de alternativa y 25 corridas este año), el guanajuatense Diego Silveti (39 años, 15 de matador y 16 tardes en 2024) y el sevillano Juan Ortega, que confirmó su doctorado (34 años, 10 de matador, 47 tardes en España y seis en México), que convocaron un cuarto de entrada, sobre todo por los éxitos recientes del diestro español.
El triunfador o mejor dicho el que cortó la única oreja de la tarde fue Juan Pablo Sánchez a Colorín colorado, de Montecristo, un castaño caribello con 505 kilos que tras recibir un pujal o puyazo fugaz en forma de ojal –si algún tercio se puede suprimir ya, es el de varas, pues el arte de picar no tiene cabida ante el concepto posmoderno de bravura– llegó a la muleta con nobleza y recorrido suficientes para que el espigado hidrocálido ligara templadas tandas por ambos lados, antes de dejar una estocada entera, perdiendo el engaño en el embroque. Su primero de Pozo Hondo llegó muy débil a la muleta y Sánchez cortó por lo sano.
Juan Ortega, como estilista, necesita el toro a modo para expresar su bella y parsimoniosa tauromaquia. Le tocó el abreplaza de Montecristo, Sevillano, con 482 kilos, al que recibió con cadenciosas verónicas de las suyas, tan acompasadas que parecen detener el tiempo. Inició su faena con suaves doblones, no para castigar, sino para medir la pastueña embestida, sin mucha transmisión, pero lo que le sobra a Ortega cuando se acomoda es transmisión, de inmediato impactó al tendido con delicadas tandas por ambos lados. Luego de otros tersos doblones emborronó su labor con estocada perpendicular y dos descabellos, y lo que debió ser una oreja se redujo a ovacionada vuelta. El cierraplaza de Pozo Hondo fue otro manso.
Y el que tuvo al santo de espaldas fue Diego Silveti, cuyo primer ejemplar saltó al callejón, lastimándose y siendo devuelto. El primer reserva, un toro alto de agujas, de Pozo Hondo, llegó sin fuerzas al último tercio y lo despachó de dos pinchazos y media tendida. Con su segundo, Yerbaniz, también de Pozo Hondo, anovillado que recibió sonora rechifla, Diego se animó en un quite por ceñidas gaoneras de mano alta. Con la muleta recibió al burel con un pase cambiado por la espalda e intentó una faena entre protestas y mentadas al juez de plaza, por lo que decidió abreviar. Que quede claro a aficionados y al público en general: el prohibicionismo demagogo que se avecina no lo propiciaron antitaurinos ni legisladores grillos, sino un pobre concepto empresarial incapaz de blindar, con grandeza, la tradición taurina de México.