ermina noviembre y como cada año, el escenario global se ha llenado de los mismos discursos alrededor de la sustentabilidad. Se llevó a cabo la cumbre climática, Conferencia de las Partes (COP) 29 en Bakú, Azerbaiyán, y una vez más los líderes
en sustentabilidad viajaron en avión privado (la forma más contaminante para viajar) para regañar a los más pobres por atreverse a cubrir sus necesidades energéticas con el combustible que tengan disponible. En específico, se habló de la importancia de lograr las metas de la transición energética. Los países ricos continúan con el doble discurso exigiendo más a los países de menores ingresos, a la vez que incumplen todos sus compromisos en materia de financiamiento climático, y reducción de emisiones. Recordemos que cuando se logró el Acuerdo de París, los países ricos
se comprometieron a aportar 100 mil millones de dólares anuales a un fondo para la transición energética en los países en desarrollo, compromiso que se incumplió de manera generalizada.
Este año los asistentes a la COP se comprometieron a aumentar el financiamiento para países en desarrollo a 120 mil millones de dólares. Dichos montos se quedan por debajo de lo que se necesita. Hay una razón por la cual la generación de electricidad a través de carbón sigue aumentando en el mundo y por qué es el primer escalón de electrificación que utilizan los países. Se requiere mucho menos capital inicial para un sistema eléctrico basado en carbón que dar el salto a tener uno basado energía limpia, sea firme o intermitente. Las plantas de carbón están estandarizadas y son fabricadas en serie, por lo que puede desplegarse muy rápido la capacidad y los requerimientos de infraestructura de transmisión y distribución son mucho menores (tres veces menos) que sistemas basados en intermitentes. Esto es el principal incentivo para los países en desarrollo. Para que se deje atrás el carbón, de conformidad con la Comisión de la Transición Energética, se requieren inversiones de 900 mil millones de dólares en los países en desarrollo, de los cuales al menos 300 mil millones de dólares deberían de venir del fondo de los países ricos, en incentivos para 2030 y financiamiento a fondo perdido para que los ciudadanos puedan experimentar una transición justa.
Asumiendo que todo ese financiamiento se logre, estaríamos hablando de 20 por ciento de las emisiones actuales y de menos de 50 por ciento del crecimiento estimado de emisiones a 2050. El mundo desarrollado es el que expele 80 por ciento de las emisiones actualmente y el que será responsable de la mayoría del crecimiento de las emisiones a 2050. Para lograr la transición energética, se requieren, de conformidad con el Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas (UNEP) 10 billones de dólares anuales en inversiones, 10 por ciento del PIB global. De dichas inversiones, 1.5 billones de dólares son inversiones adicionales y 8.5 billones son inversiones que se llevan a cabo hoy, pero que habría que redirigirlas a sectores sustentables, por ejemplo, financiar una planta nuclear para tener electricidad limpia, en lugar de financiar infraestructura de gas natural.
Los montos, como vemos, son gigantescos, y el contexto global no podría ser mas complejo. Los efectos de un intento de transición energética mal planeados y peor ejecutados, como el caso de Alemania, Reino Unido, etcétera, han minado la confianza de los ciudadanos y han creado un vinculo mental en el cual, invertir en transición energética es igual a deterioro de la calidad de vida, mayores costos de energía y, por ende, desindustrialización y pérdida de empleo. La clase media global se ha visto afectada por las crisis de 2008 y 2020, situación que no se ha logrado revertir. Al mismo tiempo, los países ricos experimentan un rechazo a la migración y a la utilización de fondos para apoyar otros países. Los ciudadanos exigen que primero utilicen los fondos para resolver los problemas internos; plataforma que comparte Donald Trump, partidos de oposición en Alemania, Reino Unido, Francia, y Canadá, por nombrar algunos, que tienen serias posibilidades de ser electos en 2025.
El modelo de transición energética ejecutado hasta ahora debe cambiar. En concordancia con el neoliberalismo, dichas políticas son, en la mayoría del mundo, lideradas e implementadas por la iniciativa privada, mientras el Estado sólo se reduce a aportar fondos, garantías y asumir las pérdidas cuando las haya. Esto no sólo es ineficiente, ya que se termina subsidiando ganancias en lugar de invertir en infraestructura, si no que la IP puede cambiar de opinión en cualquier momento, como han hecho las grandes petroleras, como BP, Exxon y Shell, en meses recientes al abandonar todas sus metas de des carbonización.
En palabras de Dani Rodrik, estamos ante un nuevo trilema de la economía mundial, en el cual, es imposible combatir el cambio climático, impulsar a la clase media en países ricos, y reducir la pobreza mundial de manera simultanea, si se continúa con ese modelo. Es imperativo realizar un cambio global y que los estados retomen su papel para impulsar una transición energética justa, y acelerada; de lo contrario, ya sabemos cómo acabará, Alemania y Reino Unido, son dos claras y fuertes advertencias de lo que pasa cuando se permite que la IP ocupe el lugar que corresponde al Estado.