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Anora
A

l recibir la Palma de Oro del Festival de Cannes este año, el realizador estadunidense Sean Baker dedicó el premio a todas las trabajadoras sexuales del pasado, el presente y el futuro. Un gesto de congruencia por parte de quien ha mantenido el tema de la prostitución femenina presente en varias de sus películas, desde Starlet (2012) y Tangerine (2015) hasta El proyecto Florida (2017). Anora (2024), su cinta más reciente, no es la excepción a esa constante. Su protagonista, la joven de 23 años Ani (por Anora), interpretada con brillantez por Mikey Madison, es una magnética y temperamental bailarina teibolera, nacida en Brooklyn, que en un club de Manhattan consigue capturar el interés de Ivan Zakharov (Mark Eydelshteyn), alias Vanya, hijo de un oligarca ruso, chico dos años menor que ella, quien no sólo paga generosamente los servicios de una noche, sino que propone a Ani un pacto de exclusividad que pronto se vuelve una propuesta de matrimonio.

Cuando la pareja cumple ese propósito en una ceremonia nupcial muy improvisada en Las Vegas, el padre de Ivan recibe furioso la noticia de la relación anómala de su vástago con una prostituta y envía a tres esbirros, dos armenios y uno ruso, para frenar el escándalo, deshacerse de la joven y calmar los ímpetus de Ivan, ese adolescente prolongado siempre despilfarrador, cándidamente irresponsable, y de apetito sexual infatigable.

Ani, por su parte, disfruta sumida en el pasmo del hechizo que le brinda su príncipe azul de pacotilla. A partir de ese momento, la cinta oscilará entre una comedia de trazos gruesos y el cuento de hadas que vive obnubilada la nueva Cenicienta teibolera.

En contraste con la sobria emotividad que se desprende de una cinta tan redonda como El proyecto Florida, lo que Sean Baker ofrece ahora en Anora es un tributo desmedido y desigual a la comedia loca ( screwball comedy) tan popular en cintas estadunidenses de los años treinta y cuarenta.

Hay aquí un poco de todo: un tono de irreverencia, diálogos chispeantes y situaciones absurdas que se resuelven de manera caprichosa o anárquica. Esa apuesta por el caos en la narrativa es evidente en la escena delirante en la que Ani, que se descubre seducida, engañada y abandonada, arremete contra sus captores eslavos al servicio del padre de Vanya e imposible suegro en un departamento lujoso convertido en campo de batalla.

La indignación y energía portentosa de que hace gala la joven neoyorkina pone de relieve, por comparación, la perfecta nulidad moral del fatuo y veleidoso enamorado ruso, su cobardía de niño consentido y estropeado, incapaz de madurar.

No es un azar que Baker haya escogido ambientar este híbrido de thriller y comedia absurda en un ámbito urbano particularmente mágico, el de la interconexión del célebre parque de diversiones en Coney Island y Brighton Beach, un barrio ruso de Brooklyn cargado de una oscura mitología de bajos fondos gansteriles.

A la acción trepidante de la cinta –próxima al delirio que mostró Martin Scorsese en Después de hora ( After Hours, 1985)– sucede una calma melancolía que permite al espectador reposar de tanta estridencia y de los trazos caricaturescos de algunos personajes. Se trata del vínculo afectivo callado, casi secreto, que se teje entre la indomable Ani y uno de sus captores, el torpe y muy sensible Igor (Yura Borisov). Es un raro momento de intensidad emocional en medio del diseño de calamidades vacuas y vistosas que ha elaborado Sean Baker para esta cinta. Pero es un momento que vale por todos los demás.

Se exhibe en la Muestra Internacional de Cine. Cineteca Nacional Xoco: sala 1 a las 15:15 y 20:30 horas.