a hipótesis es fascinante: un hombre capaz de caminar sobre las aguas no pudo haber tenido una infancia común. Todos lo aceptan, aunque la Iglesia desde hace siglos se resiste a ello.
El pasado 12 junio la Deutsche Welle dio a conocer que cuando se realizaba una digitalizacion en la Biblioteca Estatal y Universitaria de Hamburgo se encendió nuevamente la chispa: un grupo de investigación descubrió un trozo de papiro con 13 líneas escritas en griego antiguo.
El fragmento, realmente pequeño –unos 11 por cinco centímetros, que data de los siglos IV o V–, fue identificado como la copia griega más antigua que se conserva del Evangelio de Tomás de la infancia de Jesús.
El fragmento es de extraordinario interés para la investigación
, explicó Lajos Berkes, experto en papiros e investigador asociado de la Facultad de Teología de la Universidad Humboldt de Berlín, según reporte de la televisora alemana.
En realidad no aporta nada sobre ese Evangelio que no se conozca. Lo interesante es, como bien apunta David Van Biema en un número especial de la revista Time dedicado al tema, que la infancia de Jesús siga causando tanto interés.
No es para menos. Podríamos decir con el sutil sarcasmo del barroco José Lezama Lima que no sólo en la concepción, sino en el relato
de la concepción de Dios, interviene el Espíritu Santo. Si en la concepción interviene la sombra, apunta Lezama Lima, en el relato es el apoyo lo que asegura la revelación del secreto. Ahí la imagen queda como una sombra apoyada. Sombra que, al parecer, nos alcanza con sus mágicas acumulaciones de imágenes.
Podemos leer en el capítulo segundo de Tomás la descripción de esa sombra demasiado humana: “El niño Jesús, a los cinco años, jugaba a la orilla de un arroyo y recogía en pequeñas balsas las aguas corrientes, y las volvía puras enseguida, y con una simple palabra las mandaba. Y, amasando arcilla, formó 12 gorriones, e hizo esto un día de sábado. Y había allí otros muchos niños, que jugaban con él. Y un judío, que había advertido lo que estaba haciendo Jesús, fue corriendo a su padre José y se lo contó todo, diciéndole: ‘He aquí que tu hijo está a la orilla del arroyo y, habiendo cogido barro, ha formado con él 12 gorriones y ha profanado el sábado’. Y José se dirigió al lugar donde estaba Jesús y, viendo lo que Jesús había hecho, le gritó: ‘¿Por qué haces en día de sábado lo que no está permitido hacer?’ Pero Jesús, dando una palmada, y dirigiéndose a los gorriones, ordenó: ‘Volad’. Y los pájaros abrieron las alas y echaron a volar piando. Y los judíos quedaron asombrados a la vista de este milagro y fueron a contar lo que habían visto hacer a Jesús”.
El milagro en este relato es en realidad el vivo interés de los lectores por conocer esas historias soterradas que dan sustento a su curiosidad.
Creyentes o no creyentes, nadie duda que Jesús sea el personaje más famoso de todos los tiempos. Pero también es, me parece, uno de los menos conocidos. Su historia fragmentada ha dado lugar a cientos de páginas y millones de referencias, y también a tantas interpretaciones de su vida y enseñanzas como iglesias se han levantado en su nombre.
Siempre me han sorprendido los Evangelios Apócrifos, como el de María Magdalena, donde se le describe no como la ramera más famosa de todos los tiempos, sino como el personaje más cercano a Jesús.
También me ha llamado la atención el referido Evangelio de Tomás, en el que vemos al Jesús niño demasiado humano capaz de matar con un conjuro a otro niño que lo molesta.
Parece que la razón sólo satisface a la capacidad humana de razonar, como escribe Ernesto Sabato, y el deseo a la manifestación de la vida entera. Los nuevos descubrimientos arqueológicos sobre el llamado hijo del hombre
seguirán renovándose para decirnos lo mismo. Las viejas sagas apócrifas para algunos seguirán alimentando nuestro imaginario vital más que ningún metaverso.