nte el inveterado injerencismo de Estados Unidos en prácticamente todo el mundo y los impactos que los procesos políticos internos de ese país suelen tener en otras naciones, se ha vuelto un lugar común señalar que la población humana en general debería tener derecho al voto en los comicios de la superpotencia. Y los que se realizan hoy vienen precedidos además por múltiples signos ominosos, tanto para la población estadunidense como para la del resto del planeta.
Con diversos matices, las encuestas marcan un empate técnico entre los aspirantes principales a ocupar la Casa Blanca de 2025 a 2029, la aún vicepresidenta Kamala Harris, demócrata, y el ex presidente Donald Trump, republicano. Y en los estados considerados bisagras
(Pensilvania, Georgia, Carolina del Norte, Michigan, Arizona, Wisconsin y Nevada), que según se da por sentado son los que inclinarán la decisión del Colegio Electoral, los sondeos no arrojan un resultado nítido a favor de ninguno de los candidatos.
El populismo de derecha trumpista, agrupado en el movimiento MAGA (Make America Great Again, o Hagamos grande de nuevo a Estados Unidos), si bien ha sembrado desmesuradas expectativas de mejoría en grandes sectores empobrecidos y desencantados de la población, mantiene también una prédica de amenazas contra los inmigrantes, las mujeres y la diversidad. La campaña de Harris, por otra parte, aunque se presenta como la única manera posible de salvar al país del fascismo, no ha sido capaz de entusiasmar a los pobres, los marginados, las minorías, las mujeres y los votantes de origen latinoamericano.
La ausencia de una tendencia electoral clara se base, en buena medida, en la incertidumbre y el escepticismo basados en antecedentes: por una parte, cuando ejerció la presidencia, Trump no pudo o no quiso cumplir con la parte principal de sus amenazas, mientras en el desempeño de ese cargo su sucesor demócrata, Joe Biden, no quiso o no pudo concretar lo sustancial de sus promesas.
En el ámbito internacional, la llegada de Trump podría significar, según sus propias declaraciones, el fin del respaldo de Washington al gobierno ucranio, pero también un apoyo robustecido al genocidio que el régimen de Israel lleva a cabo en Gaza, Cisjordania y Líbano y a las agresiones de Tel Aviv contra Siria e Irán. Harris, por su parte, ha sido clara en su determinación de seguir azuzando el conflicto entre Kiev y Moscú, y extremadamente ambigua ante el clamor de que Estados Unidos presione a Benjamin Netanyahu para que ponga fin a la masacre de la población palestina. Por lo demás, el republicano promete una política exterior más aislacionista, como la que ejerció en su primer periodo, en tanto que su rival demócrata se mantiene apegada al modelo intervencionista global que lleva a cabo la administración de la que forma parte.
Por lo que hace a México, es oportuno recordar que Trump, salvo por sus chantajes en el asunto migratorio, fue uno de los presidentes estadunidenses menos injerencistas y que la dupla Biden-Harris retomó el tradicional intervencionismo político hacia nuestro país. Por otra parte, deben tenerse presentes las amenazas del republicano de reducir la cooperación económica y de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas, lo que contrasta con la disposición demócrata a estrechar los intercambios económicos y comerciales.
Con todo, la preocupación principal no se refiere a lo que cualquiera de los contendientes haga o deje de hacer una vez que se instale en la Casa Blanca, sino la posibilidad real de que la elección de hoy en el país vecino desemboque en violencia y desestabilización, escenario que podría concretarse si Harris gana por un estrecho margen y Trump y sus partidarios llaman a desconocer ese triunfo. No debe olvidarse que hay una enorme cantidad de estadunidenses dispuestos de antemano a no creer en la legitimidad de una posible victoria demócrata; que muchos de ellos responden a una suerte de anarquismo de extrema derecha, antigubernamental e individualista; que se encuentran en posesión de armas de alto poder y que ya el 6 de enero de 2021 intentaron interrumpir de manera violenta la normalidad institucional.
En tales circunstancias, cabe esperar que en los comicios de hoy y en los días sucesivos imperen, gane quien gane, la sensatez, la moderación y una mínima civilidad democrática.