Sábado 2 de noviembre de 2024, p. a12
El nuevo disco de David Gilmour es una soberana obra maestra.
Luck and Strange se titula.
Podría decirse, en primer lugar, así no lo sea en términos estrictos, porque aquel grupo se disolvió en 1995, que es el nuevo disco de Pink Floyd, porque su estilo distintivo se conserva en la guitarra de David Gilmour, quien aquí recupera el trabajo en equipo con Rick Wright, constructores ambos de lo que se conoce como sonido Pink Floyd.
Escucharlo es una experiencia maravillosa. El tema central del disco celebra la alegría de estar vivo.
Es un homenaje al núcleo familiar porque está hecho por el matrimonio Gilmour y sus hijos y sus perros, en su granja, donde viven, junto a un río donde flota un barco en el que se grabaron varios discos de Pink Floyd y otros tantos de Gilmour como solista, y en el granero también ensayan y hacen música, entre otras piezas, la sesión final del disco que hoy nos ocupa y que merece una palabra tremenda: sublime.
Es el mejor disco de David Gilmour luego de la disolución de Pink Floyd.
Entre sus aciertos, contiene los mejores versos que ha escrito Polly Sampson, esposa de Gilmour y autora de todas las canciones del músico desde hace 30 años, cuando grabaron The Division Bell.
La calidad de los músicos es fuera de serie, comenzando por el trío de sopranos, conocidas en la jerga de la música exquisita como backing vocals
, que se extiende a cuarteto con Romany Gilmour y a quinteto con David Gilmour.
El cuarteto de músicos actual merece repetir el aserto: para David Gilmour resulta muy fácil sustituir a Roger Waters a la hora de interpretar las obras clásicas de Pink Floyd, mientras que a Roger Waters le resulta imposible sustituir a David Gilmour. El sonido Pink Floyd está hecho, históricamente, por un dúo genial, vale la pena repetirlo: el tecladista Rick Wright y el guitarrista David Gilmour, quienes son precisamente los autores del sonido hermosísimo del nuevo disco: auroras boreales desde los teclados de Wright, lentos relámpagos en la guitarra de Gilmour.
Es un álbum de belleza paradisíaca.
Comienza como inician los discos de Pink Floyd: una estancia sonora a la que penetramos con asombro en sus sonares electrónicos, penumbras sónicas, murmullos digitales de donde emerge, como la espada del río en el filme Excalibur, la guitarra majestuosa de David Gilmour, con el primero de los muchos momentos de éxtasis que nos regalará a lo largo del disco, insisto, en el más puro estilo Pink Floyd.
El corte inicial, titulado Black Cat, es el típico preludio pinkfloydiano que abre todas las ventanas. El segundo acto es uno de los estelares: la pieza que da título al disco entero: Luck and Strange, con la poesía que escribió Polly Sampson para que la cantara su marido:
In the light before the down
shadows snake in my peripheral
mesmerise me, bring it on
heart beats with fear in the theatre
of my soul
Bañado en la luz que anuncia el fin del día, me envuelve un serpenteo de sombras que, estremecidas, me hipnotizan mientras el corazón delata miedo en el teatro de mi ser.
El canto de Gilmour es un dúo con el canto de su guitarra, peculiaridad suya como otro signo de identidad Pink Floyd, así como la técnica ancestral del llamado y respuesta. Pocas veces ha cantado así, con esa pasión, esa entrega, esas notas tan elevadas impensables en un hombre de su edad, pero es que David Gilmour se escucha más feliz que nunca haciendo lo que más le gusta: música.
Esa intensidad perdura en el siguiente corte: The Piper’s Call en una larga, hermosa disquisición en guitarra. El mejor Gilmour.
Y los versos de Molly Sampson: observo cómo la luna que pateo es alcanzada por mi vieja guitarra que alimenta con leche y miel todo aquello que no puede ser demolido. El deseo hace temblar mis rodillas sobre las brasas que se extinguen y demuestran que no es verdad que todo ocurre en una sola chispa entre dos eternidades
.
La siguiente es la típica pieza instrumental, a manera de interludio, que prepara otro de los capítulos estelares del disco: la bella pieza titulada Between Two Points, donde esplende la nueva figura de la música: Romany Gilmour, quien canta como solista en un estilo muy único que nos recuerda de inmediato la técnica ritual sean-nos, o shan-nós de Dolores O’Riordan y no es casualidad porque ella, Romany, desde muy pequeña carga frente a sí un arpa celta que aquí también enarbola; canta una hermosa poesía que escribió su madre, Molly Sampson, para que ella la cantara al lado de su padre, David Gilmour.
Aliteraciones magistrales (unsteadied a steady heart
), encabalgamientos rítmicos, hazañas de prosodia. La familia Gilmour logra una pieza que se convertirá en clásica por sus componentes, incluido el desempeño dionisíaco de las tres sopranos backing vocals junto al dúo padre-hija en una combinación de música celta con grandes momentos de rock puro y en medio el éxtasis de la guitarra.
Una pieza magistral que pone cada vez más alto el tono de exquisitez del disco; los siguientes capítulos están también llenos de intensidad, alegría, pasión, calidad musical muy avanzada y plena de signos pinkfloydianos, entre ellos la estructura que inventó Gilmour en la era Pink Floyd: construir sus álbumes como entidades y no como acumulación de cancioncitas, cualidad que significó pleitos legales que emprendieron contra las nacientes plataformas digitales que denominan canción
a cada corte en un disco, cuando en el caso de los Floyd se trata prácticamente de óperas de las que no se pueden extraer arias
, dúos o fragmentos, porque son obras concebidas como una unidad; en el caso del disco que hoy nos ocupa, Luck and Strange, David Gilmour elabora el encabalgamiento de las piezas a partir de células motívicas que aparecen y desaparecen a lo largo de todo el disco.
De esa manera se suceden, enlazados mediante la técnica de la música de concierto conocida como attacca
y que significa: continuar sin hacer pausa, al movimiento siguiente de la sonata o sinfonía, los cortes 8, 9 y 10: el esplendor de la poesía, interludios, el delicado sonido del relámpago.
El corte 9, Scattered, contiene el solo más hermoso de guitarra de todo el disco: David Gilmour en pleno dominio de sus facultades de semidiós de la música, inspiradísimo, concentrado en largo soliloquio donde es posible identificar rasgos de escritura operística y sinfónica en su manera de construir soliloquios en guitarra.
No son los típicos riffs que hacen las delicias de las masas en los discos de guitarristas considerados como los mejores, los más rápidos, rudos, o elaborados. Tampoco se trata de ocasiones obligadas de aparición de un solo de guitarra
, porque no se trata de mostrar habilidades de un cirquero, sino que tenemos frente a nosotros un discurso sonoro en el más puro y pleno sentido en que lo definió el pensador vienés Nikolaus Harnoncourt: el pensamiento puesto en sonido, la condición humana vertida en música, el sentido de la existencia desplegado en el misterio.
Llegamos así al punto más exquisito y alucinante del disco, el corte 11, titulado Luck and Strange-original Barn Jam, donde Gilmour enlaza la música que está escribiendo hoy día con la que ha hecho siempre: la de Pink Floyd.
Hay videos disponibles en redes tanto de esta pieza como la del Jam original, que data de 2007. El primero es un ensayo en el granero (Barn) donde vemos el enlace de la pieza Luck and Strange con fragmentos de la ocasión en que se reunieron tres de los músicos que participan en ambos discos, uno de ellos, Rick Wright, de manera virtual, pues falleció hace 16 años, presente gracias a la tecnología en la nueva obra maestra de su hermano del alma, David Gilmour.
Aparece aquí la familia completa: todos los Gilmour (uno de los hijos que faltaban: Gabriel, se une a las backing vocals), los perros que caminan entre cables, instrumentos sobre el suelo y músicos en acción y el gran músico Guy Pratt, quien toca el bajo en Pink Floyd desde que se fue Roger Waters. Ah, y se casó con Gala Wright, hija de Rick Wright, el tecladista que vemos y escuchamos elaborando soliloquios de gigante de la música en una sucesión de acordes, elaboraciones, frases y gestos sonoros que hacen del último episodio del nuevo disco de David Gilmour una gran sesión de alegría, invención sonora, inteligencia musical, resplandores, esplendores, todo aquello que hace de Pink Floyd nuestro grupo favorito desde hace décadas y que aquí lo tenemos, revivido, revivificado, unificado con aquella grabación póstuma de Rick Wright y las grabaciones del nuevo cuarteto de David Gilmour que no se necesita llamar Pink Floyd para seguir siendo eso, Pink Floyd, es decir: el paraíso.