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EU: lo que nos espera
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unos días de la elección presidencial en Estados Unidos, es pertinente hurgar en tres posibles escenarios a los que se enfrenta el país vecino y sus repercusiones para México. El primero de ellos es un retorno de Donald Trump a la Casa Blanca; el segundo, un triunfo incontestado de Kamala Harris. El tercero, la derrota del republicano en las urnas y una desestabilización poselectoral protagonizada por sus partidarios.

De acuerdo con las encuestas, que arrojan un empate técnico, el energúmeno republicano tiene, al igual que su rival demócrata, algo así como 50 por ciento de probabilidades de ganar la elección. Volvería a la presidencia antecedido por un discurso renovadamente agresivo, racista y xenófobo, lo que hace temer a algunos que la política exterior de la superpotencia resultara desastrosa para nuestro país: desde la imposición de aranceles delirantes a todas las exportaciones mexicanas hasta una intervención militar con el pretexto de combatir a los bad boys, que en este escenario vendrían a ser las organizaciones del narcotráfico.

Pero, a juzgar por los antecedentes de su primer periodo (2017-2021), las promesas, o mejor dicho las amenazas de Trump en campaña guardan poca relación con sus actos en la Oficina Oval.

Ciertamente, hubo una circunstancia particularmente crítica en la relación bilateral, entre mayo y junio de 2019, cuando aún o se firmaba el T-MEC y el magnate amenazó con sancionar las importaciones procedentes de México con impuestos graduales de 5 a 25 por ciento, si nuestro país no detenía el flujo de migrantes indocumentados que se origina en, o pasa por, nuestro territorio. Andrés Manuel López Obrador consiguió sentar a Washington a una mesa de diálogo, no sin antes preparar un conjunto de contramedidas por si el diálogo fracasaba. A la postre, México cedió en reforzar los controles migratorios, rechazó el estatuto de tercer país seguro que le demandaba Trump y éste retiró su amenaza arancelaria, aunque ignoró la propuesta mexicana de combatir la migración mediante acciones para el desarrollo y el bienestar en los países y regiones de origen del flujo humano, pero la Casa Blanca fue abandonando discretamente la idea de cercar la frontera común.

Fuera de eso, la relación se mantuvo en términos armónicos hasta el fin del periodo trumpista, e incluso hubo notorias acciones de cooperación y ayuda mutua en materia de estabilización petrolera y de recursos para enfrentar la pandemia de covid-19. Lo de menos es que a posteriori el republicano se jactase de que AMLO le concedió todo lo que quería, o que los comentócratas de la reacción mexicana inventasen toda suerte de versiones apocalípticas sobre un inminente desastre en los vínculos bilaterales. En realidad, por buenas o malas razones, la presidencia de Trump se caracterizó por ser una de las menos injerencistas en la historia de ambos países, lo que para el nuestro representó un inestimable respiro.

Ahora Trump –que podrá ser muy perverso, pero no tonto– amenaza con forzar una suerte de deslocalización de las empresas estadunidenses que han trasladado a México parte o la totalidad de sus procesos productivos, pero sabe perfectamente que una política semejante sería desastrosa para la economía, la competitividad, el empleo y el consumo en el propio Estados Unidos. Sus amenazas en este sentido son demagogia electoral y poco más.

El segundo escenario parece ser el menos probable, porque para neutralizar las tentaciones la inconformidad trumpista se requeriría que Harris se impusiera sobre su rival por un amplio margen. En todo caso, de concretarse podría significar para México cuatro años más de un gobierno de buenas intenciones, discurso bonito y activo intervencionismo, como lo han sido siempre las presidencias emanadas de ese partido.

En uno u otro caso, la integración económica proseguiría su curso independientemente de quién se encuentre en la Casa Blanca; no parece probable que Trump abrigue seriamente la intención de modificar el T-MEC de manera sustancial, y Harris, menos.

El mayor peligro para México es el de una violencia política descontrolada en el país vecino, que podría ser el fruto de un triunfo electoral de la actual vicepresidenta que su rival se niegue a reconocer. Es muy grande el subconjunto formado por el trumpismo más fanático y el universo de poseedores de armas de alto poder. Los sucesos de enero de 2021 en el Capitolio de Washington prefiguran lo que podría ocurrir en una escala mucho mayor cuando 40 por ciento del electorado no confía en la imparcialidad del sistema electoral, está convencido de que Harris sólo puede ganar mediante un fraude, y está, para colmo, dispuesto a reventar la institucionalidad del país. En ese escenario, las consecuencias podrían ser devastadoras para la economía vecina (y, por tanto, para la nacional) y desestabilizar la frontera en una forma hasta ahora inimaginable, con miles de migrantes estadunidenses buscando refugio en México.