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Tumbando caña

Influencia musical africana en el acontecer mexicano

E

l estudio de la música africana y su influencia en el acontecer cultural en el país ha sido poco atendido. Salvo textos amplios de investigadores como Gabriel Saldívar, Gabriel Moedano y Rafael Figueroa sobre tradiciones orales musicales de los llamados afromestizos de México, lo demás han sido meras aproximaciones.

Se sabe que la distribución de africanos esclavizados se repartió prácticamente en toda la entonces Nueva España y que en algunas regiones donde la fuerza de trabajo humana era más requerida, como la minera, la azucarera y las propias de los puertos coloniales de Veracruz y Acapulco, con sus zonas colindantes de la Costa Chica, que comprende parte de los litorales de los estados de Guerrero y Oaxaca, obligó a una concentración mayor y a una interacción social específica.

La convivencia del elemento africano con la planta social indígena y europea tuvo que dar un fruto mestizo forzoso, y el más importante, además del genético-humano, fue el cultural en el que se inscriben el canto, la música y el baile.

Uno de los primeros acercamientos sobre la impronta musical africana en la cultura nacional fue el de el destacado investigador de la música nuestra Gabriel Saldívar. Su aporte pionero es doblemente significativo al subrayar no sólo la importancia de esa contribución en la cultura local, sino específicamente en torno a los aspectos musicales y dancísticos en el periodo virreinal. En su libro Historia de la música en México, publicado en 1934, dedica un apartado a la influencia africana presente en las expresiones coloniales tomando como fuente documental el entonces Archivo General y Público de la Nación en la sección de la Santa Inquisición. Anota Saldívar algunas observaciones sobre la incidencia africana en géneros tradicionales coloniales y poscoloniales presentes hasta nuestros días como el son, el jarabe y el huapango. Consciente de lo innovador de su argumentación y lo estridente que ésta podría sonar a oídos de la investigación musical de entonces, fuertemente influida por un estereotipo de identidad mexicana fundada en lo indio, y lo europeo, no deja de señalar sus temores a provocar opiniones encontradas sobre el tema.

Así, su sólido estudio ofrece datos que cotejan la continua interacción de negros y mulatos en danzas de filiación indígena desde la primera mitad del siglo XVII. Aporta también referencias a bailes, música y ceremonias prohibidas en las que participaron africanos, mulatos y mestizos, que eran hasta entonces desconocidas. Señala Saldívar que las autoridades coloniales al principio permitieron el esparcimiento de negros y mulatos al dejarlos tocar y bailar en domingos y días festivos; sin embargo, estas licencias fueron restringidas o definitivamente revocadas con el paso del tiempo.

El investigador proporciona también referencias a cantos y bailes prohibidos, de la segunda mitad del siglo XVII, en los que el uso del arpa y la guitarra era cotidiano. También señala que la profesión de músico estaba bastante extendida entre negros y mulatos y que tampoco fueron raros los bailes mulatos que llegaron hasta los salones de las clases dominantes. Durante todo ese siglo hubo un juego constante de prohibiciones y licencias de estas manifestaciones; conforme se acercaba el final del virreinato, las vueltas a lo humano se hacían cada vez más evidentes. El contenido de las coplas y la coreografía de los bailes se volvían cada vez más osados y directos. Un ejemplo evidente de erotismo, trasgresión y burla del que da cuenta Saldívar es el llamado chuchumbé. El autor publica por primera vez varias de las coplas de esta irreverente manifestación que más tarde, hacia fines del siglo XX, se reformularía musicalmente para pasar a integrarse al actual repertorio tradicional veracruzano.

Acerca del chuchumbé

De acuerdo con el arquitecto Humberto Aguirre Tinoco (Tlacotalpan, 1931-Ciudad de México, 2011), quien se encargó de rescatar y difundir el son jarocho, la palabra chuchumbé viene del término africano cumbe, que quiere decir ombligo; no obstante, en las canciones originarias de 1766, el término se utilizaba para referirse al pene.

El chuchumbé se cantaba mientras cuatro mujeres bailaban con cuatro hombres, se abrazaban y juntaban barriga con barriga. Este tipo de baile, que también predominaba en casas de mulatos, fue prohibido por la Santa Inquisición, pues afirmaba que incitaba a lo erótico, lo político e iba en contra de los valores sociales, comentaba Aguirre Tinoco.

Hace unos años, Gilberto Gutiérrez, del conjunto de música jarocha Mono Blanco, encontró en el Archivo General de la Nación un legajo colonial de la Santa Inquisición en el cual se acusaba a unos paisanos negroides costeños de Veracruz de bailar y cantar El Chuchumbé, que en una de sus coplas decía:

En la esquina está parado / Un fraile de la Merced / Con los hábitos alzados / Y enseñando el chuchumbé.

(Continuará)