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El arte, la pose, el escándalo
¿L

a grabación y exhibición de la agonía de una persona es arte? Extracto para un fracasado proyecto 2011-2024, de la argentina Ana Gallardo, es eso. No grabó las últimas horas de una mujer de su entorno social, sino de la zona de quienes el pensamiento neoliberal considera desechables (abortos de la humanidad, los llamó Carlos Abascal, flamante panista, cuando fue secretario del Trabajo): grabó las de una mujer de la tercera edad, pobre, enferma, que había sido prostituta. Además, lo hizo sin su consentimiento.

El pasado 10 de agosto, en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), se inauguró la exposición Tembló acá un delirio, de Ana Gallardo, de la que eran parte Extracto para un fracasado proyecto 2011-2024 y otra pieza polémica sin título: una especie de muro de las lamentaciones de la propia artista donde da cuenta de su horror por un mundo que no había imaginado. Está escrito a mano en primera persona con un lenguaje soez, duro, que algunos críticos despistados han ponderado.

Al director del Museo Soumaya, Alfonso Miranda, le llamó la atención que a dos meses de inaugurada la muestra no hubiera provocado debate alguno en el medio académico universitario, y que la polémica circulara básicamente en redes sociales, como dijo en Las Picudas, espacio en Facebook donde Blanca Espinosa y Blanca González, semanalmente, analizan temas culturales.

La polémica en redes sociales y una manifestación con pintas en el MUAC, donde se criticó la discriminación y revictimización de quienes habitan la Casa Xochiquetzal, albergue para mujeres trabajadoras sexuales de la tercera edad, y la vulneración de la identidad de una de sus habitantes, provocaron que funcionarios del museo y de la Universidad Nacional Autónoma de México decidieran, primero, suspender temporalmente la muestra y, después, cancelarla de forma definitiva.

En un comunicado, los curadores reconocieron una falla significativa, y ofrecieron una disculpa a las personas agraviadas, aunque la principal ofendida ya había muerto.

Llama la atención que curadores de tres países (España, Argentina y México) no hayan detectado esa falla significativa al montar la exposición.

Si el arte es libre, como debe ser, quizá su único límite debiera ser no vulnerar los derechos humanos y no ser un eslabón más de esa galería morbosa que hacen de la tragedia un espectáculo.

Sería lamentable que fallas como la mencionada se multiplicaran en los museos por ese afán de ser parte de la cultura del espectáculo.

Esperemos que los artistas blockbusters sean los que decanta el tiempo y no el afán rompedor del mercado, que sólo busca cebar sus arcas. Pero tal vez ese sea un sueño guajiro, si pensamos como Mario Vargas Llosa, que en nuestros días lo que se espera de los artistas no es el talento ni la destreza, sino la pose y el escándalo; sus atrevimientos no son más que las máscaras de un nuevo conformismo y la desaparición de mínimos consensos sobre los valores estéticos.

Dice Guy Debord que todas las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Quizá por ello, en estos días en los que la conceptualización de la obra se ha convertido en el leitmotiv de lo que exhiben los museos, ¿no convendría que filósofos e intelectuales fueran los curadores de los museos o, al menos, formaran parte de un comité curatorial de los mismos? Son los profesionales que mejor entienden de conceptos y conceptualizaciones. Así se evitaría que, eventualmente, se exhiban esvásticas, o que narrativas museísticas que buscan modificar su entorno con buenas y espectaculares intenciones y conceptos mal armados provoquen lo contrario.

Toda restructuración social sin comunidad sólo será una moda más, un simulacro del cambio.