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Cuadernos de La Habana

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L

a época que nos interesa recordar, cuando llaman a Cuba al embajador Bosques en 1953, está llena de acontecimientos importantes.

En enero de 1953, en Estados Unidos terminaba la era del Partido Demócrata de Roosevelt y Truman al asumir la Presidencia Ike Eisenhower. Antes de dos meses, en Moscú, llegaba a su fin otra época, la de José Stalin, al fallecer en marzo.

En la Gran Bretaña fue coronada la reina Isabel II en la abadía de Westminster. Fueron tiempos de grandes hazañas, como alcanzar la cima del Everest.

Un hecho importante ocurrió en la política internacional: se firmó el armisticio entre Corea del Norte, China y Naciones Unidas para poner fin al conflicto iniciado en 1950, cuando tropas coreanas del norte atravesaron la frontera para atacar poblaciones de Corea del Sur. Miles de seres humanos murieron en ese conflicto.

En México también hubo noticias. Se desarrolló la Ciudad Universitaria, en el sur de la capital, con enormes expectativas, y nació una leyenda inmortal, al morir, en Los Ángeles, California, Jorge Negrete, el Charro Cantor. Pero la gran novedad fue el triunfo de una demanda de trascendencia histórica: la mujer obtuvo los derechos fundamentales para votar y ser votada.

En medio de estos acontecimientos se encontraba don Gilberto Bosques, listo para reunirse con el presidente de México, quien lo llamó justo el 26 de julio de 1953, el día del asalto al Cuartel Moncada.

La actitud del presidente Ruiz Cortines era contraria al régimen surgido de un cuartelazo. No quería a Batista. Además de su pensamiento, el Presidente tenía cierta relación con los patriotas cubanos que se asilaron en Veracruz y formaron familias, con los que tuvo amistad y algún parentesco.

El interés del Presidente por la situación cubana surgía de todos estos elementos y no tenía mucho interés en restituir el puesto de embajador en La Habana. Transcurrieron varios meses sin representante.

A Batista le urgía mucho que se ocupara el cargo por muchas razones: quería la aceptación general con el reconocimiento de la diplomacia latinoamericana; México jugaba un papel impostergable.

El gobierno cubano hacía presión y enviaba peticiones pidiendo se nombrara embajador, a lo que el presidente respondía: estamos valorando qué persona es la adecuada para ese puesto. Lo pensó casi todo un año y por fin tomó la decisión: sería Bosques.

La relación entre Bosques y Ruiz Cortines siempre había sido amistosa, especial, y se mantuvo cuando llegó a la Presidencia; lo invitó a su toma de protesta. Se trataban con familiaridad, confianza y cordialidad.

Cuenta el mismo embajador Bosques de su acuerdo con el Presidente para recibir instrucciones, capítulo indispensable en esta crónica: Váyase a Cuba, yo me he resistido a que se mantengan esas relaciones, ahora vamos a ver cómo hace usted con ese tiranuelo, a ver cómo se las arregla usted.

Más claro imposible, pensó Bosques –sabía lo que tenía que hacer. Llegué a La Habana para pulsar la situación, ver la actitud, el pensamiento de la gente, antes de presentar mis cartas credenciales.

Debió llegar con toda prudencia a una Cuba efervescente, en la que se vivía el juicio a los asaltantes del Cuartel Moncada y se perseguía despiadadamente a cualquier intento de rebeldía. Evidentemente, Gilberto Bosques era el embajador indicado, el elegido. Estaba preparado para esta nueva misión. ¿Cómo entender rápidamente la realidad a la que llegaba? ¿A quién debía escuchar? ¿Cómo entender entre tantas voces qué pasaba en la Cuba de 1953?

Es de suponer que entre sus libros más preciados, encontró en Machado la palabra necesaria: A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una.

*Embajador de México en Cuba