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Secretos capitalinos
Y

a hemos hablado del paraíso lacustre que era México Tenochtitlan, rodeada de cinco lagos que se alimentaban de 45 ríos, de manantiales y de la abundante agua que cae del cielo. Desde la llegada de los españoles este tesoro se comenzó a desecar y los caudales se entubaron enviándolos al drenaje, donde se mezclan con las aguas negras y se sacan de la cuenca.

El arquitecto Jorge Legorreta –fallecido de forma prematura– dedicó su vida a estudiar el tema y el resultado de sus investigaciones las plasmó en el libro Ríos, lagos y manantiales del valle de México, editado por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

En él explica que la Ciudad de México tiene uno de los mayores abastecimientos del líquido del mundo: 72 mil litros por segundo, equivalentes a 360 litros diarios por habitante, y paradójicamente padece también de los más elevados déficits de agua potable para sus habitantes, estimado en casi 5 millones de sus 22 millones de pobladores.

El arquitecto-urbanista nos lleva por todos los ríos, la mayoría convertidos ahora en avenidas: Río Churubusco, Río Consulado-Circuito Interior, Viaducto Miguel Alemán, ríos Mixcoac, Becerra, Tacubaya, San Joaquín, Barranca del Muerto y Miramontes. El agua que alimenta los drenajes que corre en las entrañas de estas vías nace limpia y es perfectamente aprovechable. De los 45 ríos, 12 son perennes, esto es, que conducen agua las 24 horas del día los 365 del año.

Uno de los que subsiste entubado es el río de La Piedad, que corre en medio del Viaducto Miguel Alemán. Fue en 1952 cuando por mandato de dicho presidente se entubó como parte de un proyecto de modernización.

Increíblemente el caudal sigue fluyendo, ahora contaminado con aguas negras y residuales producidas en el poniente de la ciudad.

Seguramente en varias ocasiones lo ha recorrido; si en alguna ocasión ha levantado la vista, habrá observado algún follaje que quizás piensa es silvestre.

Ahí viene la sorpresa: resulta que en 2017 se realizó un innovador proyecto por el cual, sobre el tubo de aguas negras del río de La Piedad, se construyó un parque llamado oficialmente Ecoducto.

Cuenta con 4 mil 800 metros cuadrados de vegetación y originalmente se sembraron 50 mil ejemplares de plantas; este vergel busca reducir las toneladas de carbono que se emiten durante el día en esa vía. Tiene bancas, techumbres para resguardarse del sol, luminarias y conexiones eléctricas USB, aunque estas dos últimas han sido víctimas de la falta de mantenimiento.

Se instalaron 10 biodigestores y cuatro humedales artificiales con los que se remueven los principales contaminantes de las aguas residuales: materia carbonosa, microrganismos patógenos, nutrientes, sólidos suspendidos y metales pesados.

A pesar de que requiere mantenimiento general, en un paseo reciente pudimos disfrutar de las plantas, flores, arbustos y hasta árboles. Había pájaros y abejas. Resulta interesante cómo la vegetación ayuda a aislar el ruido que generan los miles de autos que circulan en ambos lados del parque y disminuye la acumulación del calor en la zona. Es un oasis en la jungla de asfalto.

Una serie de atractivos letreros explican los diferentes ecosistemas de la cuenca de México que se representan, en particular los acuáticos (humedales, apantles y chinampas, entre otros) donde por procesos biogeoquímicos, los microrganismos crean sitios para que flora nativa y exótica convivan para fomentar la fauna local.

Un barandal de 1.50 metros de altura en ambos lados del corredor –cuyo pavimento está bien conservado– lo hace sumamente seguro para los paseantes.

Seguramente el nuevo gobierno capitalino prestará atención a este extraordinario proyecto para devolverle su antiguo esplendor. Puede ser un modelo para muchos lugares de la ciudad.

Para acceder a él tiene cuatro entradas en los cruces de Viaducto con Insurgentes, Patricio Sanz, Medellín y Monterrey.

Vale la pena visitarlo y de ahí ir a la cercana cantina El León de Oro, en Martí 103, una de las auténticas que se erigieron en la ciudad. Fundada en 1954, conserva su misma decoración con vitrales en tonos amarillos y ocre, la gran barra, hay sabrosa y abundante botana, se juega dominó, está el mismo trío desde hace años y para los jóvenes hay pantallas. Su gran tamaño permite platicar ajenos a la música y la algarabía que lo caracteriza y, de pilón, el servicio es magnífico.