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Los disturbios del FMI
E

stados Unidos sigue padeciendo la crisis de su diplomacia de fuerza y sus derivas mórbidas que impactan no sólo sus proyecciones imperiales, sino su proyecto político en el incierto proceso electoral que vive por su inmoral apoyo al genocidio que comete Israel en la franja de Gaza y en Líbano, buscando generar las condiciones para una guerra regional con potencial mundial.

La académica e investigadora india Anuradha Chenoy, entrevistada por Pascal Lotaz, del Centro de Estudios de la Neutralidad, se refirió a los golpes de Estado en Asia del Sur como el plan loco de gobernar de un Estados Unidos que actúa como un poder parasitario. Refiriéndose a la situación de Bangladesh y Pakistán señala: no somos parte de la OTAN, queremos ser neutrales y ejercer autonomía estratégica. Precisamente eso es lo que EU busca evitar, poniendo en jaque la soberanía nacional sobre territorio y recursos. Los mecanismos son variados, como la manipulación de conflictos sociales, o movimientos disidentes (las llamadas revoluciones de colores, Ucrania 2014, entre ellas) para generar un cambio de régimen más acorde con sus intereses.

Pero existen otras herramientas, como los acontecimientos importantes generados por los principales instrumentos financieros de EU: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, este último del Departamento del Tesoro, entre otros recursos con los que cuenta la Presidencia imperial, término popularizado por Arthur M. Schlesinger Jr. para describir una presidencia que actúa fuera de los límites constitucionales, de George Washington a George W. Bush (Ed. Houghton Mifflin, 1973).

Los llamados programas de ajuste estructural del FMI, supuestamente pensados para ayudar a gobiernos solicitantes que tienen que endeudarse para pagar la deuda, les imponen todo tipo de obligaciones, como la privatización de las empresas y bienes públicos, la eliminación de los subsidios, devaluación de la moneda, achicamiento del Estado, virtual desmantelamiento del presupuesto público y profundizando las crisis sociales, lo que genera protestas multitudinarias que suelen acabar en represión.

Recordemos el llamado Caracazo, un verdadero estallido social que se inició el 27 de febrero de 1989, luego de que el recién electo gobierno de Carlos Andrés Pérez impuso el programa de ajuste estructural del FMI. A finales de la década de los ochenta, el Estado venezolano vivió una profunda crisis económica que tuvo sus orígenes en el elevado endeudamiento externo contraído entre 1975 y 1978, cuando la deuda externa aumentó de 6 mil millones de dólares a 31 mil millones (Ver José Honorio Martínez, HAOL, Núm. 16, primavera 2008), ocasionando crisis cambiara, inflación, fuga de capitales, más la caída del precio del petróleo. Pérez anunció una serie de medidas económicas que acabarían siendo conocidas como el paquetazo, que “buscaba hacer de Venezuela, sustentada mayoritariamente por el Estado y los petrodólares, una economía de libre mercado en la que hubo recorte de gastos y aumentos de las tarifas de los servicios públicos”. El estallamiento social se saldó en cifras oficiales con 276 muertos, aunque según otras independientes pudo haber llegado a los 3 millares por la violenta represión policiaca y militar. (Alba Morgade, BBC Mundo, 27/2/2019).

En la Argentina de Javier Milei, se aplica un programa aún más drástico, un ajustazo sin precedente, aplicado sin piedad a los sectores más vulnerables que incluye quitar los subsidios al transporte público, ajustar a la baja las pensiones a los jubilados, subir los precios de las medicinas, dejar en la inanición a los hospitales públicos, quitar los comedores públicos, así como dejar que millón y medio de niños y niñas sufran hambre, según la Unicef.

En sólo seis meses la pobreza escaló 11 puntos llegando a 52.9 por ciento de la población, es decir, 30 millones de pobres. La indigencia subió de 6 a 18 por ciento lo que se considera una tragedia social, una realidad aberrante contenida en el programa oficial ya que la idea es bajar la demanda al límite de la subsistencia para pagar la deuda y lograr el déficit fiscal cero ( sic). Esto ha generado una masiva protesta histórica en defensa de la universidad pública que el gobierno pretende criminalizar.

En otra oportunidad mencione el cuidadoso periodismo investigativo de Greg Palast, sobre como los entes bancarios antes mencionados generan con fría precisión programas que a sabiendas de que van a causar disturbios sociales pueden ser fácilmente dispersados por balas, tanques y gas lacrimógeno. En entrevista a Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, y quien fuera economista en jefe del Banco Mundial y del FMI, despedido por exponer las realidades de sus programas de ajuste estructural, llegó a la conclusión de que los disturbios del FMI son dolorosamente predecibles. (Greg Palast, red Voltaire, agosto 2002)

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