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Judith Reyes, mujer de fuego
A

ve de tempestades, la cantante, periodista y militante de izquierda radical Judith Reyes hizo de su existencia una enorme hoguera para iluminar la condición y lucha de los parias de la tierra. Guitarra en mano, compuso y entonó incansablemente un arcoíris de cantos invocando a la liberación. En ella, lo popular encarna a un tiempo arte y pedagogía.

Nacida hace un siglo en lo que hoy es Ciudad Madero, dueña de una poderosa y afinada voz, se convirtió desde los 14 años en exitosa cantora, conocida como La Tamaulipeca. Ataviada de china poblana, su fama caminó de la mano de la radio. Su amigo Jorge Negrete haría famosa su composición La parranda larga.

Artista con alma de guerrera, en su Autobiografía describe su niñez: No jugaba a las muñecas. Prefería corretear con los muchachos del rumbo, jugar beisbol, escurrirme en los árboles, atrapar caraballos en el día y luciérnagas en la noche, bailar el trompo y ponérmelo en la palma de la mano hasta que se quedara dormido; y jugar rayuela, canicas y a la guerra.

Al llegar a Chihuahua a inicios de los 60 para una gira artística, fue contratada por el periódico El Monitor de Chihuahua para vender publicidad. Entró en contacto, mediante el periodista Jesús González Raizola, con el vigoroso movimiento cam­pesino que dio lugar a las caravanas y campamentos dirigidos por Álvaro Ríos (https://shorturl.at/y01RF) y al Grupo Popular Guerrillero, que organizó el asalto al cuartel Madera del 23 de septiembre de 1965. La experiencia la marcó para toda la vida.

“¡Sí, señor! Voy a escribir sobre sus problemas. Y… ¡Lo voy a cantar! ¡Voy a escribir canciones sobre todas las cosas que veo de ustedes”, prometió a los campesinos en lucha. Fue así como, primero en Monitor y luego en Acción, Voz Revolucionaria del Pueblo, del que fue directora, se convirtió –en palabras de Jesús Vargas– en dirigente agrarista y parte del movimiento revolucionario en el norte.

Su nexo con Álvaro Ríos se estrechó. Álvaro nació en Sonora y, desde muy joven, se asoció a la lucha de Jacinto López, con quien comenzó su formación como dirigente rural. En la Universidad Obrera de la Ciudad de México estudió abogacía (recuerda Roberto Fernández), impulsado por Jesús Ríos Bañales, bibliotecario de la institución y futuro militante del Movimiento Marxista Leninista de México, expulsado de la célula Francisco Javier Mina junto a Juan Ortega Arenas, conoció la revolución china y el pensamiento Mao Tse-Tung. María Teresa Rivera Carbajal, compañera de vida de Jesús, tuvo una estrecha amistad con la cantante. Álvaro salió a Madera, Chihuahua, a darle seguimiento a los trámites por la tierra pendientes a raíz del asesinato del profesor Francisco Luján Adame a manos de los caciques. Encarcelado Álvaro en 1964, Judith le escribió una carta (recuperada por José de la O Holguín) en que le cuenta cómo ella colocó en las oficinas de Acción una fotografía del dirigente comunista chino, donde antes se encontraba colgada la imagen de Ramón Danzós Palomino.

Desde entonces, narra Liliana García Sánchez en su más reciente, documentado y apasionante libro Cantar de fuego, la vida de Judith devino un verdadero huracán que arrasó con lo que se le pusiera enfrente. Todo su ser se fundió, a un tiempo, sin pactar concesión alguna, con las más disímbolas luchas revolucionarias que irrupieron por el país y las expresiones de un nuevo (viejo) canto popular que relató los avatares de las pugnas de la gleba. Lo hizo mientras llevaba una vida franciscana, de penurias y precariedades.

El canto y la militancia de La Tamaulipeca, acompañaron al Movimiento Revolucionario del Pueblo de Víctor Rico Galán; al movimiento estudiantil-popular de 1968; a Lucio Cabañas y Genaro Vázquez; desde Salaices y Saucillo, en Chihuahua, hasta El Mexe, en Hidalgo, a las luchas y jornadas pedagógicas de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, alimentadas por la pluma de José Santos Valdés, en las que las enjundiosas y combativas exhibiciones de la trovadora dejaron profunda huella en no pocos egresados normalistas; las aventuras con Cleta; su domicilio en el Campamento 2 de octubre de Iztacalco (que hizo de la vieja lucha de los precaristas en la Ciudad de México un punto de inflexión), y su acompañamiento a las protestas de la Unión de Comuneros Emiliano Zapata de Michoacán, encabezadas por el inolvidable Efrén Capiz y Evita, su compañera de vida.

Como se documenta en Cantar de fuego, la cantautora vernácula fue, simultáneamente, una internacionalista en toda la extensión de la palabra. Del movimiento chicano de Reies López Tijerina a las FARC colombianas; de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional venezolanas de Douglas Bravo a los sandinistas; de la Guatemala de Árbenz a los Tupamaros uruguayos, Reyes tuvo siempre la palabra precisa y comprometida, la rima fiel, la canción-homenaje generosa para acompañar e ilustrar a sus audiencias en un hecho básico, señalado por José de Molina: Pues del Río Bravo hasta la Patagonia / Nos une la raza, nos une la sangre, nos une la gloria. Todavía, al final de su días, Judith tuvo fuerza y convicción para brindar solidaridad y apoyo al pueblo de Perú.

Judith Reyes, nos dice Liliana García, fue una mujer que vivió con su espíritu la caída de grandes esperanzas de una nación en la que ella creyó hasta el final. Fue partícipe y cronista de las caídas cruentas, de las pérdidas irreparables, las partidas sin regreso, los incansables peregrinajes, el olvido, el exilio, la marginación. Su herencia es un registro que se suma a la crónica contemporánea de la resistencia y la defensa de la dignidad humana. Recordarla a ella y a las causas que enarboló, escuchar su música y traerla a los nuevos tiempos, tal como lo hace Cantar de fuego, es tarea obligada.

X: @lhan55