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Dos delicadas reflexiones
P

rimera. Quién mandará: el martes 11 de septiembre el solvente analista Eduardo Guerrero comentó en una entrevista televisiva con Leo Zuckerman que parte del programa para la seguridad pública del próximo gobierno radicaría en la fortaleza de tres secretarías: Sedena, Semar y SSPC, coordinados por esta última.

Ella tendría a su cargo el diseño y conducción de la estrategia de seguridad pública del gobierno próximo. Se validó el dato revelando que procedió de la oficina de Lázaro Cárdenas. El decir causa sobresalto al crear dudas sobre quién manda al trastocarse toda idea sobre una línea de mando doctrinaria.

El hecho, de ser cierto, supondría a una policía de méritos discutibles por encima de instituciones, Ejército, Marina y Fuerza Aérea, de centenario prestigio.

De intentarse tal enfoque, y para decirlo coloquialmente, se estaría poniendo los bueyes detrás la carreta por ominosas razones:

La Ley Orgánica de la Administración Pública Federal (artículo 10) indica que ninguna secretaría tendrá preeminencia alguna sobre otra u otras y en un caso determinado, sería previo acuerdo presidencial, pero en tal caso la función la desempeñaría Gobernación. Así lo obliga la ley.

Cosa bien distinta sería nombrar a un civil como secretario de la Defensa Nacional con toda la fuerza de la ley, que someter a las tres fuerzas al mando de la policía a cargo de otro policía. Tratar de explicar que sería sólo para efectos de coordinación es creer en cuentos.

Hay precedentes. En el gobierno de Fox, se creó una estructura llamada Gabinete de Orden y Respeto a cargo de un civil, Adolfo Aguilar Zínser, para cumplir el mismo propósito que hoy se intenta con Omar García Harfuch. En aquel entonces la disposición provocó lo previsible: un alarmante pensamiento orwelliano.

El general Gerardo Vega García, entonces secretario de la Defensa Nacional, hombre de fuertes arrebatos, manifestó a Fox que lo absurdo de la medida estaba creando preocupante inquietud entre los mandos. Hubo que volver a lo ortodoxo. Adiós, Adolfo.

Suponiendo semejanzas entre los entonces aspirantes al puesto de secretario, se dijo que más importante que la persona sería el proyecto de estrategia del sexenio. ¡Acierto!

Venturosamente se tomó una acertada decisión, el nuevo secretario sería el general Ricardo Trevilla Trejo, quien es persona y soldado de grandes méritos. Inteligente, culto, experimentado, muy laborioso y eficaz, sumamente exigente en materia de lealtad y honor, pero ¿y el proyecto?

Conforme se acerca el día 1º, a más datos revelados, el Centro Nacional de Inteligencia se confiará a otro policía, surge más confusión, en esta complicación, ¿quién mandará?

Segunda. Si se decide por lo rápido: que es previsible dado el atolladero en que estamos, Sinaloa-Chiapas y más, sería alarmante señal. Decidirse por un proyecto para el corto plazo es delicado por su visión corta respecto de objetivos y metas trascendentes.

Hasta hoy sólo se ha anunciado una intención de actuar sobre causas, investigación, aplicación racional de la fuerza y coordinación. Eso que rindió buenos resultados en un perfil urbano y determinado como la Ciudad de México, ahora debería adecuarse a lo nacional, reconociendo las características humanas y naturales de las regiones geográficas, estados y municipios, donde con perfiles singulares se expresa la lacerante violencia.

Habrá que estudiar el muy próximo discurso de 1º de octubre y luego los programas sectoriales. Ojalá en su momento se averiguara el porqué de los fracasos de Zedillo, Fox, Calderón, Peña y AMLO en el mismo compromiso. ¿Todos se equivocaron?

La verdad es que el tema es simplemente colosal. Produjo un cuarto de siglo de fallas. Cada presidente creyó en sus tesis e intentaron algo. Algo que nos despachó de la esperanza a la frustración. Peña se hizo asesorar por un superpolicía colombiano, el general Óscar Naranjo, quien lució apantallador por un tiempo. Nada logró, cobró y se fue.

Vistos a través de un cuarto de siglo, esos gobiernos se identifican por sus errores y omisiones increíbles, mostrando muy pobres resultados: hubo una falta de apreciación del riesgo de comprometer a las fuerzas armadas. En una lógica simple, éstas actuaron atendiendo a sus modelos doctrinarios, legales, orgánicos y operativos ancestrales.

El concepto de inteligencia criminal se degradó. ¿En qué quedó el eficiente Cendro?; a las policías no se les dotó de leyes estimulantes de eficacia; no se crearon instituciones educativas de la dimensión profesional que urge; al municipio, base de todo buen resultado. ¡Se le redujeron recursos!

Esas y muchas razones sumadas no ayudarían a entender lo tremendo del fallo: 24 años y nada mejoró. ¿Por qué? ¡Incógnita a despejar! ¿No hemos medido la dimensión del reto? ¿Tropezaremos con las mismas piedras? Estamos a días de conocer una nueva propuesta, con todo el sentimiento solidario posible, nos deseamos suerte.