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Lucha Libre, patrimonio mexicano
La abuelita de la lucha libre, emblema del aficionado fiel
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▲ En la imagen superior, espectacular postal de la Arena Coliseo. Sobre estás líneas, doña Virginia Aguilera, La abuelita de la lucha libre, sostiene a La Sombra, a principios de los años 80.Foto Germán Canseco y del libro Espectacular de lucha libre. grafías de Lourdes Grobet
 
Periódico La Jornada
Jueves 26 de septiembre de 2024, p. a11

Ningún espectáculo deportivo interpela al público como protagonista salvo la lucha libre. Lejos de ser simples espectadores, ahí los asistentes son actores de reparto. Exigen la piedad para unos y condenan al sufrimiento a quien conside-ran que lo merece. Más que una hinchada entusiasta, los aficionados al pancracio son el elenco y a veces las estrellas. Y nadie representa a este protagonista de las butacas como la inolvidable doña Virginia Aguilera, conocida como La abuelita de la lucha libre, quien durante más de medio siglo representó al aficionado fiel y apasionado.

Siempre elegante, doña Virginia acudía a las arenas de la Ciudad de México con medias y zapatos de tacón bajo, abrigo en el invierno y blazer el resto del año, el pelo recogido con discreción. Empuñaba un paraguas, no importaba la temporada, porque con esa herramienta castigó a los rudos y defendió a más de un noble luchador técnico.

En el libro Espectacular de lucha libre. Fotografías de Lourdes Grobet (Trilce-Océano, 2005), de donde proviene toda la información de este texto, hay un breve perfil de la histórica aficionada que fue parte de la iconografía de este espectáculos durante décadas. Lo mismo en una entrevista como la realizada por la también inolvidable Cristina Pacheco, que en las revistas especializadas impresas en nostálgico papel sepia, doña Virginia revelaba el profundo arcano y los códigos que mueven a los aficionados al pancracio.

“Llego puntual (a las arenas) y, eso sí, muy bien vestida; para ir a la lucha libre me pongo mis mejores garritas… con mi buena apariencia les demuestro mi respeto y mi entusiasmo a los luchadores. Ellos me divierten, me hacen reír, me emocionan. Lo menos que puedo hacer es presentarme decentemente vestida en la arena”, recoge una cita en dicho libro.

Doña Virginia se volvió un personaje entrañable que despertaba la veneración del público y de los gladiadores sin importar el bando o si habían recibido algún paraguazo vengador. Le regalaban las máscaras, propias o ganadas en combate, y subía al cuadrilátero por iniciativa propia a recolectar los mechones manchados de sangre de quienes perdían la cabellera.

Ella simboliza la forma más acabada de un aficionado en la ceremonia de los costalazos. Murió el 10 de mayo de 1997 a los 97 años, pero nos dejó una definición impecable del fanático al cuadrilátero:

En cuanto a nosotros, la gente, somos unos bárbaros: vamos a la lucha porque nos gusta ver cómo se matan unos cristianos a otros.